Si realmente la riqueza de oro ofreciese vida a los mortales, perseveraría en mantenerla para que, en caso de que llegase la Muerte, la cogiese y se marchase. Pero si no puede comprarse la vida para los mortales, ¿por qué me lamento en vano? ¿Y por qué profiero lamentos? Pues si estamos destinados a morir, ¿de qué me sirve el oro? Yo espero poder beber, bebiendo dulce vino, y reunirme con mis amigos y en los suaves lechos consagrar a Afrodita.
Anacreonte, que florezca hiedra alrededor de ti, y delicados pétalos de los purpúreos prados. Que broten fuentes de blanca leche, que de la fragante tierra fluya un dulce vino para que la ceniza y los huesos te traigan alegría, si es que algún placer les toca a los muertos.
Al poeta Anacreonte, que es eterno gracias a las Musas, esta tumba de su patria Teo lo acogió. Cuyos cantos huelen a las Gracias y a los Amores, compuso el dulce deseo de los muchachos. Y solo en el Aqueronte se aflige, no por dejar la vida para encontrar allá las casas del Leteo, sino por abandonar al más simpático de todos, al joven Megistes, y por abandonar la pasión por el tracio Esmerdis. Pero no renuncia a la encantadora música, puesto que, aunque él está muerto, no ha acallado su lira en el Hades.
Extranjero, al pasar cerca de la lápida de Anacreonte, si algún provecho te ha llegado de mis libros, derrama sobre mis cenizas un líquido, para que mis huesos se regocijen al humedecerse con vino. Yo, que me he preocupado de las estrepitosas fiestas de Dioniso, que he convivido con la música, amante del vino, al morir no soportaré sin Baco esta región destinada a la raza de los mortales.
Descansas entre los muertos, Anacreonte, tras haber obrado bien, descansa tu dulce cítara que cantaba de noche. También descansa Esmerdis, la primavera de la Pasión, de tal modo tú compones música como el néctar al tocar la lira. Pues fuiste el objeto del amor de los jóvenes, tenía para ti un solo arco y una habilidad de disparar tortuosa.
Juliano el egipcio AP VII, 33
A. πολλὰ πιὼν τέθνηκας, Ἀνάκρεον. B. ἀλλὰ τρυφήσας: καὶ σὺ δὲ μὴ πίνων ἵξεαι εἰς Ἀίδην.
A- Anacreonte, has muerto tras beber mucho. B- Pero lo disfruté y tú también vendrás al Hades aunque no bebas.
Epigrama de Antípatro AP VII, 23. Codex Palatinus 23 p. 211
El símil del linaje de las hojas con el de los hombres aparece por primera vez en Homero, en concreto en la Ilíada VI, vv. 146-149, famosísimo pasaje en el que el aqueo Diomedes le pregunta al troyano Glauco acerca de su linaje:
Como el linaje de las hojas, así es también el de los hombres. Unas hojas el viento esparce por el suelo, otras el bosque hace brotar cuando florece, al llegar la estación de la primavera. Así es el linaje de los hombres, uno nace y otro muere.
Nosotros como las hojas que la muy florida estación de primavera hace crecer, cuando rápidamente crecen con los rayos del sol, nosotros semejantes a estas gozamos de las flores de la juventud durante un breve espacio de tiempo, sin saber por parte de los dioses ni lo malo ni lo bueno.
También se encuentra el símil en Las Aves de Aristófanes:
ἄγε δὴ φύσιν ἄνδρες ἀμαυρόβιοι, φύλλων γενεᾷ προσόμοιοι, Aristófanes, Las Aves, v. 680.
Ea, seres humanos de vida oscura por naturaleza, parecidos a la estirpe de las hojas… (Trad. Luis M. Macía)
En la obra Stromata se nos dice que el poeta Museo reescribió la cita homérica:
A su vez escribió Museo: Así como el fértil campo brota hojas, y unas se caen del fresno y otras florecen, así también el linaje de los hombres y de las hojas se renuevan.
Horacio en su Ars Poetica no sólo compara al linaje de los hombres con las hojas, sino también éstas con la evolución del lenguaje.
ut silvae foliis pronos mutantur in annos, prima cadunt: ita verborum vetus interit aetas, et iuvenum ritu florent modo nata vigentque. debemur morti nos nostraque (…) Horacio, Ars Poetica, vv. 60-64
De la misma manera que los bosques cambian de hojas en el otoño de cada año, y caen las primeras, tal la vieja generación de las palabras perece, y las nacidas poco ha florecen y crecen a modo de gente joven. Nosotros y nuestras obras nos debemos a la muerte. (Trad. Aníbal González).
Por último, en Virgilio encontramos un eco al símil homérico en el siguiente pasaje del descenso al inframundo, cuando Eneas ve a toda la gente que no tiene sepultura:
Huc omnis turba ad ripas effusa ruebat, 305 matres atque viri, defunctaque corpora vita magnanimum heroum, pueri innuptaeque puellae, impositique rogis iuvenes ante ora parentum: quam multa in silvis autumni frigore primo lapsa cadunt folia (…) Virgilio, Eneida VI, vv. 305-310
Aquí, toda la multitud corría desparramada en dirección a la orilla, madres y esposos, cuerpos de esforzados héroes que ya habían terminado la vida, muchachos y muchachas solteras, jóvenes colocados en las piras ante los ojos de sus padres: tan numerosos como las hojas que en los bosques, al comenzar los fríos del otoño, caen desprendiéndose del árbol… (Trad. María D.N Estefanía)
Gustavo Doré, Lamina ilustrada de la Divina Comedia.
BIBLIOGRAFÍA
Estefanía, M. (1984). Virgilio, Eneida. Bruguera.
González, A. (2003). Aristóteles, Horacio. Artes Poéticas. Visor Libros.
Macía, L. (2007). Aristófanes, Comedias II. Gredos.
Sider, D. (1996). As Is the Generation of Leaves in Homer, Simonides, Horace,and Stobaios. Arethusa, pp. 263-282.
Esto es lo más bello que dijo el hombre de Quíos: «Al igual que la generación de las hojas, así es también la de los hombres.»1 Pero pocos mortales, habiéndolo percibido con los oídos, lo aceptan en sus corazones. Pues la esperanza está presente en cada uno de los hombres, la cual nace en los pechos de los jóvenes.
Mientras algún mortal tiene la muy deseada flor de la juventud3, piensa muchas cosas imposibles de lograr, teniendo un corazón imprudente. Ya que no tiene expectativas de envejecer ni de morir, ni cuando está sano tiene la preocupación de enfermar. Necios, cuyas mentes permanecen en esa idea, no saben cuán breve es el tiempo de la juventud y de la vida para los mortales. Pero tú, habiendo aprendido esto, hasta el final de tu vida deleita tu alma haciendo acciones buenas.
Referencia a los vv. 146-149 del canto VI de la Ilíada. ↩︎
He omitido los vv. 1-4 y 13-18 debido a su estado fragmentario. ↩︎
Me muero, Atis1Atis es una de las amantes de Safo. Además de en este, aparece mencionada en el fr. 131 de Safo (Ἄτθι, σοὶ δ’ ἔμεθεν μὲν ἀπήχθετο / φροντίσδην, ἐπὶ δ’ Ἀνδρομέδαν πότῃ) y en la Heroida XV, v.15 de Ovidio (Non oculis grata est Atthis, ut ante, meis)., he sufrido en mi corazón. Te he buscado por todas partes, por mar y también por tierra. Que el sueño extienda sobre mí las alas del olvido durante mucho tiempo.
Pero, ¿a dónde ir? La funesta Cipris2Afrodita me dominó. Así como la hija de Tántalo3Níobe se jactó de su fertilidad frente a Leto. Apolo y Ártemis (hijos de Leto) se vengaron matando a casi todos los hijos de Níobe, después Níobe fue convertida en piedra por Zeus. sufre la ira de los dioses a causa de su soberbia, así deseo convertirme en piedra como ella para no sentir.
Poderoso Ares, que carga el carro, de áureo casco, de impetuoso coraje, portador del escudo, protector de la ciudad, de broncínea armadura, con fuertes manos, infatigable, poderoso con la lanza, defensa del Olimpo, padre de la guerra exitosa Niké, aliado de Temis, tirano de los enemigos, líder de los hombres más justos, portador del cetro de la virilidad, que gira los fuegos fulgentes de su esfera entre los siete caminos celestiales del éter, allí donde los potros de fuego le llevan siempre por encima del tercero. Escucha, ayudante de los hombres, dador de la valerosa juventud, que con tranquilidad irradias luz resplandeciente sobre nuestra vida y fuerza de guerra, para que pudiera apartar la amarga cobardía de mi cabeza y doblegar los ilusorios impulsos de mi alma en mis entrañas, y frenar la furia aguda de mi corazón, que me incita a caminar por la terrible batalla. Venga, dichoso, otórgame valentía para permanecer en las protegidas leyes de la paz, evitando a los enemigos, al combate y a las violentas Keres.
La persuasión de los hombres, la gran voz, el Meónida que cantaba semejante a las Musas, oh extranjero, a quien, yo, esta roca de la isla Ios, recibí por el destino: Pues en ninguna otra isla, sino en la mía dejó al morir su sagrado aliento, con el que cantó el asentimiento del todopoderoso Crónida y del Olimpo, y la fuerza del Ayante, combatiente en el mar, y de Héctor, cuyos huesos fueron desgarrados por los caballos farsalios de Aquiles en la llanura de Dardania. Si siendo pequeña cubro algo tan grande, sabed que el marido de Tetis yace en la pequeña Icos.
Viajero, aunque la tumba sea pequeña, no avances, sino hazme libaciones y hónrame como a los dioses: Al más honrado por las Musas Piérides, al poeta épico, al divino Homero yo acojo.
Aquí yace la sabia boca de las Piérides, el divino Homero, esta gloriosa tumba lo retiene en una roca cerca del mar. Si una isla emergida pequeña puede albergar a un hombre tan importante, no te sorprendas al verlo, extranjero. Pues incluso Delos, su hermana errante, un día recibió al hijo del parto de su madre Leto.
El heraldo de las virtudes de los héroes, el profeta de los dichosos, el segundo sol para la vida de los Helenos, la luz de las Musas: Homero. Extranjero, el rostro eterno del mundo entero lo custodia esta arena abatida por el mar.
El poderoso tiempo también erosiona la piedra, y no perdona al hierro, pues todo lo destruye con su guadaña: Aquí yace la tumba de Laertes, cerca de la orilla, que se derrite por la lluvia fría.
Pero el nombre del héroe siempre es joven, pues no puede el tiempo, aunque quiera, apagar sus cantos.
Bebe y disfruta: pues nadie sabe qué sucederá mañana o en el futuro. No te apresures, no te fatigues, y, según tus capacidades, sé amable, comparte, come, y reflexiona como un mortal. Vivir no dista mucho de no vivir.
Toda la vida es tan solo una oportunidad que recibes por adelantado, si mueres todo lo tuyo es de otro y no tienes nada.
Epigrama anónimo AP VII, 225. Codex Palatinus 23 p. 241
Eurídice, responde, che farò? Una hidra te causó súbita muerte. Recuperarte quise, dove andrò? Incumplí la promesa al querer verte. Dos veces te atrapó Hades, che farò? Imprudente de mí, quise tenerte. Con tristeza yo grito al horizonte, «Eurídice» susurra el alto monte.
Entonces le respondió Héctor, el de tremolante penacho: «A mí también me preocupa todo esto, mujer. Pero me avergüenzo terriblemente ante los troyanos y las troyanas de largos peplos si como un cobarde huyo lejos del combate. Y mi ánimo no me lo ordena porque aprendí a ser valiente siempre y a luchar entre los troyanos de vanguardia, tratando de ganar la gran gloria de mi padre y de mí mismo. Yo conozco bien esto en mi mente y corazón. Llegará un día en que se destruya la sagrada Ilión, Príamo y el pueblo de Príamo, el de buena lanza. Pues no me importa tanto el dolor de los troyanos en el futuro, ni el de Hécuba ni el del rey Príamo, ni el de mis hermanos, muchos y valientes caerán en el polvo a manos de los enemigos, como el tuyo (tu dolor), cuando alguno de los aqueos de broncínea coraza te lleve llorando y te quite tu libertad. Y entonces estando en Argos tejerías tela para otra y llevarías agua de Meseide o de Hiperea, muy en contra de tu voluntad y una fuerte necesidad se te impondrá. Y entonces, alguien al verte derramar una lágrima, diga: Aquí está la mujer de Héctor, que en el combate fue sobresaliente entre los troyanos, domadores de caballos, cuando peleaban alrededor de Ilión. Así dirán y para ti llegará un nuevo dolor por la falta de un marido que te proteja de la esclavitud. Ojalá que al morir un montón de tierra me cubra antes de que conozca tu grito y tu rapto.»
Diciendo esto, el glorioso Héctor se tendió hacia su hijo. Enseguida el niño se recostó llorando en el regazo de la nodriza, de bella cintura, asustado por el aspecto de su padre, habiéndose espantado por el bronce y el penacho de crines de caballo, cuando lo vio ondear terriblemente desde lo alto del casco. Se echó a reír su padre y también su augusta madre. Entonces, el glorioso Héctor se quitó el casco de la cabeza, y lo dejó, reluciente, en el suelo. Cuando él besó a su querido hijo y lo meció con sus manos dijo rogando a Zeus y a los demás dioses: «Zeus y demás dioses, concededme que también este niño mío sea como yo, sobresaliente entre los troyanos, así de valeroso en fuerza y que gobierne poderosamente sobre Ilión. Y algún día alguien dirá «Es mucho mejor que su padre» tras regresar de la batalla. Y que lleve los despojos ensangrentados del enemigo muerto y que se le alegre el corazón a su madre.»
Hablando así, puso a su hijo en las manos de su esposa y ella lo tomó en su fragante regazo sonriendo entre lágrimas, y su marido se compadeció al verla, la acarició con la mano y le habló diciendo esto: «Desdichada, no te aflijas demasiado en tu ánimo por mí. Ningún hombre me enviará al Hades contra el destino. Afirmo que ningún hombre ha escapado a su destino, ni cobarde ni valiente, una vez que ha nacido. Vamos, ve a tu casa y ocúpate de tus propias tareas, el telar y la rueca, y ordena a las criadas que trabajen en su tarea. La guerra preocupará a todos los hombres que habitan en Ilión y, especialmente, a mí.»
Tras decir esto, el glorioso Héctor cogió el casco de crines de caballo, y su esposa se iba a casa, volviéndose de vez en cuando y derramando abundantes lágrimas.
Vasija apulia de figuras rojas (380-360 a.C.), Ruvo di Puglia, National Archaeologilca Museum Jatta.