Hoy 20 de febrero se celebra el Día del Gato. Los griegos empleaban el término αἴλουρος para referirse al gato, se dice que deriva de αἰόλος «agitado» y οὐρά «cola».
¿El gato doméstico que se comió a mi perdiz espera seguir viviendo en mi casa? Querida perdiz, no te dejaré muerta sin honores, sino que sobre tu cuerpo mataré a tu depredador. Tu alma estará bastante estremecida hasta que no haga cada ofrenda que hizo Pirro para la tumba de Aquiles.
Mosaico de la Casa del Fauno. Museo Arqueológico de Nápoles.
Lucero de la mañana, no hieras a Eros ni aprendas a tener un corazón despiadado cuando te juntes con Ares. Sino que al igual que antes, al ver a Faetón en casa de Clímene, no cogiste el camino rápido desde el este, del mismo modo esta noche, la cual he deseado y ha aparecido, regresa lentamente como los cimerios1.
El amor que tengo es una herida. De mi herida se derrama como la sangre una lágrima, y mi herida nunca cicatriza. También estoy debilitado por la desgracia y Macaón2 no me administra sus fármacos calmantes que necesito. Soy Télefo3. Muchacha, sé mi leal Aquiles. Cálmame mi dolor con tu belleza, la misma con la que me heriste.
Aquiles curando a Télefo. Relieve de mármol, I a.C., hallado en Herculano.
Recogen las uvas anualmente y nadie se aleja de las zarzas cuando corta el racimo. Pero a ti, de brazos rosados, objeto de mis pensamientos, te tengo entrelazada en una elegante cuerda y cosecho tu amor. Ni un verano ni otra primavera puedo esperar porque para mí tú estás llena por completo de gracia. Que todo el tiempo estés en la flor de la juventud. Pero si te llega una zarza torcida al arrugarte, lo soportaré porque te quiero.
Una vez un pastor, al ver a Níobe llorar, se asombró al saber que una piedra pudiera llorar. Pero de mí, que me lamentaba en la larga oscuridad de la noche, no se compadecía Evipe, piedra en vida. En ambos casos el culpable es Eros, que lleva el dolor a Níobe por sus hijos y portador de mis sufrimientos.
Niobe transformed into the Weeping Rock. De Artus Scheiner, 1920.
Tu boca me alcanza con gracia; tu cara, con flores; tus ojos, con amor; tus manos, con la lira. Con tus ojos robas la luz de mi mirada; con un poema, mis oídos. En todas partes atrapas a los desgraciados solteros.
«Mañana te veré». Pero nunca sucede, sino que la espera, como de costumbre, siempre se demora. Esto es lo que me agradeces, a mí que te deseo. A otros les llevas regalos, pero tú rechazas mi lealtad. «Por la tarde te veré». Pero ¿qué es «por la tarde» para una mujer? La vejez llena de innumerables arrugas.
Más allá de las expectativas llegaste a mí, que te ansiaba. Y con asombro sacudiste por completo la ilusión de dentro de mi corazón y tiemblo. Mi corazón se estremece profundamente por la pasión, mi alma se está ahogando en las olas de Cipris. Venga, sálvame, a mí que soy un náufrago, cuando aparezca en tierra firme, acogiéndome dentro de tu puerto.
¿Por qué la espada está fuera de la vaina? No es, muchacha, para cometer ningún mal contra Cipris, sino para enseñarle a Ares, que aunque sea cruel, fue sometido por la dulce Cipris. Esta espada es la compañera de mi amor, y no necesito un espejo, sino que en ella misma yo me miro. Soy bello porque estoy enamorado. Pero si tú te olvidas de mí, la espada se hundirá en mi costado.
Con oro yo voy en busca del amor. Pues ni con el arado ni con la pala se hace el trabajo de las abejas, sino con el rocío primaveral. El oro es el hábil trabajador de la miel de la diosa nacida de la espuma.
Referencias: Paton, W. R. (1917). The Greek Anthology, Volume I: Books 1-5. Harvard University Press.
Según la Odisea, los cimerios vivían en el extremo de la tierra y allí nunca había sol, solo oscuridad. Cf. Od. 13, vv. 12-19. ↩︎
Macaón, hijo de Asclepio e ilustre médico en la Ilíada. Ἀσκληπιοῦ υἱόν, ἀμύμονος ἰητῆρος (Il. 2, 194). ↩︎
Télefo aparece mencionado una vez en la Odisea (Od. 11, 519) como padre de de Eurípilo. Por referencias a obras perdidas se sabe que antes de la expedición a Troya, Aquiles hirió con su lanza a Télefo en Misia. Télefo consultó al oráculo, que le respondió que sólo Aquiles podría curarle. Logró convencer a Aquiles y este le curó aplicándole en la herida los restos del óxido de su lanza. Cf. Ov. Pont. 2, 2, v. 26: profuit et Myso Pelias hasta duci (El pelida ayudó con su lanza al general de Misia) ↩︎
Ascra, de abundante cosecha, fue mi patria, pero estando yo muerto mis huesos retiene la tierra del auriga Minie1 La ciudad de Orcómeno. La gloria de Hesíodo es la mayor de entre los hombres, que son juzgados por la prueba de sabiduría.
En el oscuro bosque de Locris el cadáver de Hesíodo las ninfas lavaron con las aguas de sus fuentes, y erigieron su tumba. Y los pastores de cabras derramaron leche, mezclándola con dorada miel. Y tal voz exhaló el anciano, probando las fuentes de purificación de las nueve Musas.
Detén tu paso, caminante, frente al lago sereno: la mar rizada y los barcos atormentados, los caminos que envolvían montañas y engendraban estrellas, todo acaba aquí en esta dilatada superficie.
A Filócrito, que había dejado el comercio y que hace poco probó el arado, la ciudad de Menfis lo enterró en una tumba extranjera. Allí el gran torrente, que corría del Nilo, con una violenta ola a este hombre arrebató del pequeño túmulo. En vida escapó del amargo mar. Pero ahora, estando cubierto por las olas, el desdichado tiene una tumba de náufrago.
Navegantes, ¿por qué me enterrasteis junto al mar? Bastante lejos de aquí debería cubrirse la desgraciada tumba del náufrago. Tiemblo ante el estruendo de las olas, mi fatalidad. Pero aun así, saludos a los que os compadecéis de Nicetas.
¿Quién eres, náufrago extranjero? Aquí Leóntico encontró tu cadáver por la playa y te erigió la tumba, llorando por su vida perecedera. Pues él no está en calma, sino que semejante a un pájaro1El ave es la pardela recorre el mar.
Todavía no estoy muerto. Yo, Teris el náufrago, fui arrojado a la tierra por las olas, y no olvidaré la orilla que no deja dormir. Pues bajo las laderas de las rocas escarpadas, cerca del mar hostil, obtuve de manos de un extraño una sepultura. Pero siempre el mar ruge sobre los muertos y yo, desgraciado, oigo su odioso bramido. Ni el Hades me dio descanso de los sufrimientos, ni aún estando solo y muerto he podido yacer en tranquilidad y calma.
Deja de pintar los remos y el espolón de la nave sobre mi tumba y sobre mis frías cenizas. Es de un náufrago la tumba. ¿Por qué esta desgracia causada por las olas quieres otra vez recordarle a este, que yace bajo tierra?
Me dejaste muerto en la tierra, mar salvaje, y arrastras los restos de las cenizas. Yo, que estoy solo y náufrago en el Hades, no estaré en paz sobre la sólida y áspera roca. Entiérrame llevándome a las olas, o déjame en la tierra y no robes de esta tierra mi cadáver.
Observa en la orilla el cuerpo esparcido del desgraciado mortal, arrojado en las escarpadas rocas. Allí descansa la cabeza sin pelo y sin dientes; y allá, cinco dedos de las manos; aquí, las costillas sin carne y los pies sin tendones, y las extremidades sin articulaciones. Estas múltiples partes hace tiempo fueron un solo cuerpo. ¡Ay dichosos cuántos tras nacer no vieron el sol!
Odysseus und Polyphemus. De Arnold Böcklin
Referencias: Paton, W. R. (1917). The Greek Anthology, Volume II: Books 7-8. Harvard University Press.
A Safo custodias, tierra eólida, a la Musa mortal que es alabada entre las Musas inmortales, que Cipris y Eros juntos criaron, que con Persuasión entrelazaba la eterna corona de las Piérides. Para ti alegría y gloria en la Hélade. ¿Oh Moiras, que en las ruecas giráis el hilo, por qué no hilasteis la inmortalidad para la poetisa que recreó los dones imperecederos de las Heliconíades?
Al pasar junto a la tumba Eolia, extranjero, no digas que yo, la poetisa de Mitilene, he muerto. Pues esta la hicieron las manos de los hombres, pero las obras de los mortales como esta caen rápidamente en el olvido. Y si me preguntas por las Musas, de las que, cada una siendo una divinidad, una flor puse al lado de mis nueve (libros)1, sabrás que escapé de la oscuridad del Hades. Ningún sol podrá existir sin que se nombre la lírica de Safo.
Sappho. De Charles Mengin.
El DGE dice lo siguiente sobre ἐννεάς, -άδος, ἡ: ref. obras literarias obra de nueve libros ἄνθος ἐμῇ θῆκα παρ’ ἐννεάδι la flor poética que puse en mi obra de nueve libros (habla Safo) AP 7.17. ↩︎
Gracias a Jesús por su ayuda con el epigrama 7, 17.
Que florezca hiedra alrededor de ti, Anacreonte, y delicados pétalos de purpúreos prados. Que broten fuentes de blanca leche, que de la fragante tierra emane dulce vino para que tus cenizas y huesos sientan alegría, si acaso algún placer les toca a los muertos.
Deja de pintar los remos y el espolón1Parte puntiaguda de la proa de la nave sobre mi tumba y sobre mis frías cenizas. Es de un náufrago la tumba. ¿Por qué esta desgracia causada por las olas quieres otra vez recordarle a este, que yace bajo tierra?
Este montículo es una tumba. Ea, detén a tus bueyes y levanta el arado, pues estás removiendo mis cenizas. En este polvo no derrames semillas de trigo, sino lágrimas.
Aléjate de mí 8 codos, mar salvaje, e hínchate y grita con gran fuerza. Si derribases la tumba de Eumares, de nada te serviría: encontrarás huesos y ceniza.
Aunque el sepulcro esté hecho de una losa de blanco mármol y esté pulida correctamente por el cantero siguiendo la regla, no es de un hombre noble. No juzgues por la piedra, querido amigo, al muerto. La piedra es insensible y con ella se reviste incluso un oscuro cadáver. En ella descansa el débil cuerpo2 Literalmente «trapo, trozo de tela»de Eunicida y se pudre bajo las cenizas.
Me dejaste muerto en la tierra, mar salvaje, y arrastras los restos de las cenizas. Yo, que estoy solo y náufrago en el Hades, no estaré en paz sobre la sólida y áspera roca. Entiérrame llevándome a las olas, o déjame en la tierra y no robes de esta tierra mi cadáver.
Odio a Eros. ¿Por qué contra las fieras no se arroja violentamente, sino que lanza flechas a mi corazón? ¿De qué sirve que un dios abrase a un hombre? ¿O qué honor recibe como premio por mi cabeza tras matarme?
Infantil Eros, destrúyeme. Esto es útil: Tú, vacía contra mí todas las flechas hasta que no dejes ninguna en la aljaba, para que solo me mates con tus flechas, y al querer disparar a otra persona, no tengas ningún dardo.
Sí, por Cipris, Eros, incendiaré todo esto: el arco y el carcaj de Escitia lleno de flechas. En efecto, lo quemaré. ¿Por qué te ríes sin motivo, burlándote con la nariz chata? Quizás pronto te rías con amargura. Pues cortaré tus ágiles alas que guían al deseo, y ataré tus pies con grilletes de bronce. Y tendremos una victoria de Cadmo si junto a mí alma te ato, lince entre el aprisco de cabras. Venga, vete, ser indomable, tras coger tus leves sandalias, bate tus ágiles alas hacia otra parte.
¿Qué hay de inusual si Eros, el funesto para los mortales, lanza flechas de fuego y ríe cruelmente con ojos brillantes? ¿Acaso su madre no ama a Ares y no es esposa de Hefesto, compartiendo tanto el fuego como la espada? ¿Y la madre de su madre, el Mar, no brama salvajemente por el azote de los vientos? Y su padre no es nadie. Tiene el fuego de Hefesto. Ama con ira como las olas. De Ares tiene las armas ensangrentadas.
Yo no injurio a Eros, soy amable. Llamo como testigo a la propia Cipris. Pero fui alcanzado por su arco traicionero y ardo por completo hasta convertirme en cenizas. Una flecha ardiente tras otra me lanza sin parar ni un momento de disparar. Yo, que soy mortal, me vengaré de este malvado si acaso este dios es mortal. ¿Y seré acusado al defenderme?
Anacreonte, que florezca hiedra alrededor de ti, y delicados pétalos de los purpúreos prados. Que broten fuentes de blanca leche, que de la fragante tierra fluya un dulce vino para que la ceniza y los huesos te traigan alegría, si es que algún placer les toca a los muertos.
Al poeta Anacreonte, que es eterno gracias a las Musas, esta tumba de su patria Teo lo acogió. Cuyos cantos huelen a las Gracias y a los Amores, compuso el dulce deseo de los muchachos. Y solo en el Aqueronte se aflige, no por dejar la vida para encontrar allá las casas del Leteo, sino por abandonar al más simpático de todos, al joven Megistes, y por abandonar la pasión por el tracio Esmerdis. Pero no renuncia a la encantadora música, puesto que, aunque él está muerto, no ha acallado su lira en el Hades.
Extranjero, al pasar cerca de la lápida de Anacreonte, si algún provecho te ha llegado de mis libros, derrama sobre mis cenizas un líquido, para que mis huesos se regocijen al humedecerse con vino. Yo, que me he preocupado de las estrepitosas fiestas de Dioniso, que he convivido con la música, amante del vino, al morir no soportaré sin Baco esta región destinada a la raza de los mortales.
Descansas entre los muertos, Anacreonte, tras haber obrado bien, descansa tu dulce cítara que cantaba de noche. También descansa Esmerdis, la primavera de la Pasión, de tal modo tú compones música como el néctar al tocar la lira. Pues fuiste el objeto del amor de los jóvenes, tenía para ti un solo arco y una habilidad de disparar tortuosa.
Juliano el egipcio AP VII, 33
A. πολλὰ πιὼν τέθνηκας, Ἀνάκρεον. B. ἀλλὰ τρυφήσας: καὶ σὺ δὲ μὴ πίνων ἵξεαι εἰς Ἀίδην.
A- Anacreonte, has muerto tras beber mucho. B- Pero lo disfruté y tú también vendrás al Hades aunque no bebas.
Epigrama de Antípatro AP VII, 23. Codex Palatinus 23 p. 211
La persuasión de los hombres, la gran voz, el Meónida que cantaba semejante a las Musas, oh extranjero, a quien, yo, esta roca de la isla Ios, recibí por el destino: Pues en ninguna otra isla, sino en la mía dejó al morir su sagrado aliento, con el que cantó el asentimiento del todopoderoso Crónida y del Olimpo, y la fuerza del Ayante, combatiente en el mar, y de Héctor, cuyos huesos fueron desgarrados por los caballos farsalios de Aquiles en la llanura de Dardania. Si siendo pequeña cubro algo tan grande, sabed que el marido de Tetis yace en la pequeña Icos.
Viajero, aunque la tumba sea pequeña, no avances, sino hazme libaciones y hónrame como a los dioses: Al más honrado por las Musas Piérides, al poeta épico, al divino Homero yo acojo.
Aquí yace la sabia boca de las Piérides, el divino Homero, esta gloriosa tumba lo retiene en una roca cerca del mar. Si una isla emergida pequeña puede albergar a un hombre tan importante, no te sorprendas al verlo, extranjero. Pues incluso Delos, su hermana errante, un día recibió al hijo del parto de su madre Leto.
El heraldo de las virtudes de los héroes, el profeta de los dichosos, el segundo sol para la vida de los Helenos, la luz de las Musas: Homero. Extranjero, el rostro eterno del mundo entero lo custodia esta arena abatida por el mar.
Terrible Eros, terrible. ¿Qué provecho saco si digo una y otra vez, llorando en abundancia, que Eros es terrible? Puesto que el niño se ríe de esto y al reprocharle con frecuencia disfruta: si le maldigo se crece. Es un asombro para mí, cómo habiendo surgiendo de la glauca ola, tú, Cipris, hayas engendrado al fuego.
Invoco al salvaje eros, que ahora mismo por la mañana se ha marchado volando de la cama. Es el niño de lágrimas dulces, charlatán, ágil, intrépido, sonriente con la nariz chata y con alas en la espalda portando un carcaj. Nadie puede decir quién es su padre; porque ni el Éter ni la Tierra afirman haber engendrado al travieso, tampoco el Mar. Pues es odiado por todos, incluso en cualquier parte. Pero tened cuidado, que ahora no atrape vuestras almas en otras redes. Mirad, está allí en la guarida. No has escapado de mí, arquero, ocultado en los ojos de Zenófila.
Véndelo, aunque esté durmiendo en el regazo de su madre, véndelo. ¿Por qué este travieso es criado por mí? Nació con nariz chata y alado, con las uñas araña profundamente, y muchas veces en medio de sus llantos se ríe. Además sigue irremediable, charlatán, con una mirada sagaz, salvaje, y ni fue domesticado por su madre, es completamente una bestia, y por esto será vendido. Si algún comerciante desea comprar al niño, que se acerque. Mirad, en lágrimas suplica. Ya no te vendo: Confía: quédate aquí conviviendo con Zenófila.
Sí, por Cipris, Eros, incendiaré todo esto: el arco y el carcaj de Escitia lleno de flechas. En efecto, lo quemaré. ¿Por qué te ríes sin motivo, burlándote con la nariz chata? Quizás pronto te rías con amargura. Pues cortaré tus ágiles alas que guían al deseo, y ataré tus pies con grilletes de bronce. Y tendremos una victoria de Cadmo, si junto a mí alma te ato, lince entre el aprisco de cabras. Venga, vete, ser indomable, tras coger tus leves sandalias, bate tus ágiles alas hacia otra parte.
¿Qué hay de inusual si Eros, el funesto para los mortales, lanza flechas de fuego y ríe cruelmente con ojos brillantes? ¿Acaso su madre no ama a Ares y no es esposa de Hefesto, compartiendo tanto el fuego como la espada? ¿Y la madre de su madre, el Mar, no brama salvajemente por el azote de los vientos? Y su padre no es nadie.1 Tiene el fuego de Hefesto. Ama con ira como las olas. De Ares tiene las armas ensangrentadas.
AP V, 180. Codex Palatinus 23 p. 114
Se repite la temática de la genealogía de Eros. Cf. AP V, 177 «Nadie puede decir quién es su padre; porque ni el Éter ni la Tierra afirman haber engendrado al travieso, tampoco el Mar.» (πατρὸς δ᾽ οὐκέτ᾽ ἔχω φράζειν τίνος: οὔτε γὰρ Αἰθήρ, οὐ Χθών φησι τεκεῖν τὸν θρασύν, οὐ Πέλαγος:). ↩︎