El tiempo todavía no ha apagado tu belleza, aún muchos rastros de tu anterior juventud conservas, incluso tus gracias permanecen eternas, y ni la belleza de tus alegres manzanas ni de tu rosa han desaparecido. Oh, a cuántos ha abrasado tu flor, antes divina.
Te alcanzo con la manzana. Y si tú de buen grado me amas, aceptándome, comparte tu virginidad conmigo. Pero si te lo piensas, lo cual ojalá no suceda, tras haberla cogido, observa qué breve es la juventud.
Unos dicen que un ejército de caballería, otros uno de infantería, y otros que una armada en esta negra tierra es lo más bello, pero yo digo que es aquello que uno ama.
Completamente, es fácil de hacer entender para cualquiera, pues ella, Helena, que es la que más destacó en belleza entre todos los humanos, a su marido el más excelente,
abandonándolo, zarpó hacia Troya y ni de su hija1 ni de sus padres se acordó, sino que la sedujo [contra su voluntad2]
[la de Chipre3]. Pues flexible… …fácilmente… …me acordé de Anactoría,4 que está ausente.
Quisiera ver su encantadora forma de andar y el radiante esplendor de su rostro más que ver los carros lidios y los soldados de infantería.
Fuente de la imagen: Obbink, D. 2016. Ten Poems of Sappho: Provenance, Authenticity, and Text of the New Sappho Papyri. En The Newest Sappho: P. Sapph. Obbink and P. GC inv. 105, Frs. 1-4. Brill. https://doi.org/10.1163/9789004314832_004
Dicen que una vez él estando cerca de un cachorro que era golpeado tuvo compasión y le dijo esto: Para, no le pegues, porque de un amigo es el alma, la cual reconocí al escucharla gritar.
No sólo tú apartas las manos de los seres vivos, también nosotros. Pues, ¿quién comió seres vivos, Pitágoras? Pero cuando es algo cocido, asado y salado entonces, lo que comemos no tiene alma.
¿Por qué Pitágoras tuvo tanto respeto por las habas y murió junto con sus alumnos? Había un campo de habas y para no pisarlas murió en el cruce a manos de los agrigentinos.
Pythagoras Advocating Vegetarianism ca.1628-30. De Rubens.
Me han aislado de ti en una isla donde habita la incertidumbre. El mar nos separa de nuestros abrazos y besos, ahora prohibidos. Escúchame, serás mi Leandro. Cada noche, al bajar la marea, te guiaré hasta mí con la luz que desprenden mis latidos. Así seremos noctámbulos, y de día, presos de la cuarentena.
María Sánchez Sergueeva, 2020 (escrito durante la pandemia)
Cerbero, que lanzas un ladrido espantoso a los muertos, ahora tú también, temblando, temerás al muerto. Arquíloco ha muerto. Cuidado con la aguda ira de los yambos, producida por una boca amarga de bilis. Conoces la gran fuerza de su voz, ya que la misma barca te trajo a las dos hijas de Licambes.
Ahora más que antes, perro de tres cabezas, custodia las puertas del gran abismo con tus ojos insomnes. Pues si las hijas de Licambes abandonaron la luz al evitar la amarga bilis de los yambos de Arquíloco, ¿por qué cada muerto no abandonaría las tenebrosas puertas, huyendo del terror del calumniador?
Esta tumba junto al mar es de Arquíloco, quien una vez fue el primero en empapar a la amarga Musa con bilis de víbora, ensangrentando al sosegado Helicón. Lo sabe Licambes, que llora por sus tres hijas ahorcadas. Camina tranquilo, viajero, para que nunca despiertes a las avispas que se posan en la tumba.
Juliano epigrama AP VII, 69. Codex Palatinus 23 p. 218
De desgraciados son nuestros esfuerzos; nuestros esfuerzos son como de troyanos. Llevamos algo a cabo, nos reponemos algo, y ya empezamos a tener coraje y buenas esperanzas.
Mas siempre surge algo y nos detiene. Ante nosotros en la trinchera surge Aquiles y a grandes gritos nos espanta.
Nuestros esfuerzos son como de troyanos. Creemos que con arrojo y decisión cambiaremos la animosidad del destino y nos plantamos fuera a pelear.
Pero cuando el momento crucial llega, arrojo y decisión se nos esfuman; se turba y paraliza nuestra alma y corremos en torno a las murallas tratando de salvarnos en la fuga.
Pero nuestra caída es segura. Arriba, en las murallas, ya empezaron los llantos. Lloran recuerdos y sentimientos de nuestros días. Amargamente, por nosotros, lloran Príamo y Hécuba.
A Safo custodias, tierra eólida, a la Musa mortal que es alabada entre las Musas inmortales, que Cipris y Eros juntos criaron, que con Persuasión entrelazaba la eterna corona de las Piérides. Para ti alegría y gloria en la Hélade. ¿Oh Moiras, que en las ruecas giráis el hilo, por qué no hilasteis la inmortalidad para la poetisa que recreó los dones imperecederos de las Heliconíades?
Al agradable Alcmán, al cisne cantor de los himeneos, al que cantó lo digno de las Musas. Tiene una tumba, enorme alegría de Esparta, donde él por última vez abandonó la carga, hacia el Hades marcha.
Antípatro epigrama AP VII, 23 (Epitafio de Anacreonte)
Anacreonte, que florezca hiedra alrededor de ti, y delicados pétalos de los purpúreos prados. Que broten fuentes de blanca leche, que de la fragante tierra fluya un dulce vino para que la ceniza y los huesos te traigan alegría, si es que algún placer les toca a los muertos.
Leónidas epigrama AP VII, 35 (Epitafio de Píndaro)
Divino Sófocles, que siempre sobre tu reluciente tumbα y sobre tus suaves pies se arroje la hiedra del escenario. Que siempre la tumba sea rociada con abejas, hijas del buey, y empapada con la miel de Himeto. Para que siempre fluya la límpida cera en la tablilla ática y siempre tengas tus mechones bajo las coronas.
Médico tratando a un paciente. Aríbalo de figuras rojas del Pintor de la Clínica, ca. 480-470 a. C. Louvre.
Se trata de un aríbalo, recipiente utilizado para almacenar aceites y perfumes. La técnica empleada es la de figuras rojas, que surge ca. 530 a.C. y se extiende hasta el s. III a.C. Las escenas que representa son médicas: vendajes y una flebotomía, un hecho muy inusual ya que apenas se conservan cerámicas de esta temática1.
Encontramos a un hombre con las piernas cruzadas, que viste con un himatión que le cubre casi todo el cuerpo excepto el hombro, con la mano derecha apoyada en la cadera y la izquierda sobre un bastón. Dirige su mirada a un enano desnudo que está mirando hacia abajo y escuchándole. Es posible que el enano sea un esclavo que lleva una liebre como regalo2.
Detrás de él se encuentra un hombre con un himatión con el pie izquierdo ligeramente levantado, lo que indica que está caminando. Además, en la pierna izquierda tiene un vendaje en cruz. Esta manera de vendar se encuentra descrita en los tratados hipocráticos:
“Luego, aplicar dos rollos de venda cruzados a derecha e izquierda alternativamente; empezando generalmente por abajo, ir subiendo hacia arriba, aunque también se puede hacer de arriba a abajo. (Trad. M. Dolores, H. Torres y B. Cabellos).”3
Esta es la escena central que representa a un joven haciéndole una flebotomía a un hombre que está de pie. La medicina hipocrática se basaba en la teoría de los cuatro humores, descrita en varios tratados hipocráticos como en De natura hominis, 44. Según Hipócrates (460-370 a.C.), el cuerpo contiene: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. Una persona está sana si los cuatro humores están en equilibrio, pero si no lo están, entonces, el cuerpo enferma. La flebotomía, también denominada sangría, era una práctica muy común en la Antigua Grecia para tratar muchas dolencias y para reducir inflamaciones. De esta manera se podía liberar al cuerpo del exceso de sangre y así lograr el equilibrio de los cuatro humores (eukrasía). El joven médico está sentado en una posición que aparece comentada en el Corpus hippocraticum:
“Posición del cirujano con respecto a sí mismo: sentado, con los pies hacia adelante en línea recta con las rodillas; a distancia, dejando un poco; las rodillas, un poco más elevadas que las ingles, y distanciadas según la posición y yuxtaposición de los codos. El manto, de manera bien ceñida, bien dispuesta, igual, semejante en codos y hombros. (Trad. M. Dolores, H. Torres y B. Cabellos)”5
Y con la mano izquierda presiona sobre el brazo del paciente, mientras que con la otra mano coge un bisturí para hacerle una incisión para que sangre. Por otra parte, en la cerámica se pueden apreciar tres objetos en el lado superior. Se tratan de ventosas6 que se utilizan para succionar la sangre.
Por último, encontramos a un hombre con el torso desnudo y con bastón, que reposa tras haberle sido puesto en el brazo izquierdo un vendaje en forma de cruz.
Gracias a mi maestro Jesús Ángel Espinós, quien me despertó el interés por la medicina antigua.
El uso de ventosas aparece en los tratados hipocráticos. Por ejemplo, en De morbis popularibus, V, 8: φάρμακα δὲ ἔπινε, καὶ σικύας προσεβάλλετο, καὶ ἐφλεβοτομεῖτο, καὶ ἐδόκεε ῥήϊον γίνεσθαι ταῦτα πάσχοντι. (Tomaba purgantes, se le aplicaban ventosas y se le hizo una flebotomía. Parecía mejorar con este tratamiento. [Trad. A. Esteban, E. García Novo y E. Cabellos.]) ↩︎
BIBLIOGRAFÍA
Cabellos, B., Lara, M. D. y Torres Huertas, H. (1993). Tratados hipocráticos VII. Gredos.
Cabellos, B., Esteban Santos, A., y García Novo, E. (1989). Tratados hipocráticos V. Gredos.
Pottier E. (1906). Une clinique grecque au Ve siècle (Vase attique de la collection Peytel). En Monuments et mémoires de la Fondation Eugène Piot (tome 13, fascicule 2, 1906. pp. 149-166)
En la obra Евгений Онегин, Глава VIII, IV (Eugenio Oneguin) del poeta ruso Aleksandr Pushkin encontramos la siguiente cita latina: Amorem canat aetas prima
И, первой нежностью томима, Мне муза пела, пела вновь (Amorem canat aetas prima) Всё про любовь да про любовь. Я вторил ей – младые други В освобожденные досуги Любили слушать голос мой. Они, пристрастною душой Ревнуя к братскому союзу, Мне первой поднесли венец, Чтоб им украсил их певец Свою застенчивую музу. О, торжество невинных дней! Твой сладок сон душе моей.
(Евгений Онегин, Глава VIII, IV)
Y atormentada por el primer cariño la Musa me cantaba, de nuevo me cantaba (Amorem cana aetas prima) una y otra vez sobre el amor, sobre el amor repetí cantando con ella – jóvenes amigos en sus liberados momentos amaban escuchar mi voz. Ellos, con el alma apasionada, sentían envidia de nuestra unión fraternal. A mí, la primera, me trajeron la corona, para que su cantante adorne a su tímida musa. ¡Oh celebración de los días de inocencia! Tu sueño para mi alma es dulce.
(Trad. María Sánchez Sergueeva)
Es probable que Pushkin haya tomado la cita del poeta latino Propercio, en concreto de la Elegía II, 10. Pero la reproduce con alguna variante, el orden de palabras está alterado y además emplea Amorem en vez de Veneres.
Aetas prima canat Veneres, extrema tumultus: bella canam, quando scripta puella mea est. Nunc volo subducto gravior procedere vultu, nunc aliam citharam me mea Musa docet.
(Propercio, Elegías II, 10 vv. 7-10)
La juventud cante al amor, la edad madura a la guerra: cantaré a la guerra, puesto que ya he escrito sobre mi amada. Ahora quiero iniciar un estilo más elevado con rostro seno, ahora mi Musa me enseña otra cítara.
Una parábola de Leibniz nos propone dos bibliotecas: una de cien libros distintos, de distinto valor, otra de cien libros iguales todos perfectos. Es significativo que la última conste de cien Eneidas. Voltaire escribe que, si Virgilio es obra de Homero, ésta fue de todas sus obras la que le salió mejor. Diecisiete siglos duró en Europa la primacía de Virgilio; el movimiento romántico lo negó y casi lo borró. Ahora lo perjudica nuestra costumbre de leer los libros en función de la historia, no de la estética. La Eneida es el ejemplo más alto de lo que se ha dado en llamar, no sin algún desdén, la obra épica artificial, es decir la emprendida por un hombre, deliberadamente, no la que erigen, sin saberlo, las generaciones humanas. Virgilio se propuso una obra maestra; curiosamente la logró. Digo curiosamente; las obras maestras suelen ser hijas del azar o de la negligencia. Como si fuera breve, el extenso poema ha sido limado, línea por línea, con esa cuidadosa felicidad que advirtió Petronio, nunca sabré por qué, en las composiciones de Horacio. Examinemos, casi al azar, algunos ejemplos. Virgilio no nos dice que los aqueos aprovecharon los intervalos de oscuridad para entrar en Troya; habla de los amistosos silencios de la luna. No escribe que Troya fue destruida; escribe Troya fue. No escribe que un destino fue desdichado; escribe De otra manera lo entendieron los dioses. Para expresar lo que ahora se llama panteísmo nos deja estas palabras: Todas las cosas están llenas de Júpiter. Virgilio no condena la locura bélica de los hombres; dice El amor del hierro. No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras; escribe:
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram
No se trata, por cierto, de una mera figura de la retórica, del hipérbaton; solitarios y oscura no han cambiado su lugar en la frase; ambas formas, la habitual y la virgiliana, comprenden con igual precisión a la escena que representan. La elección de cada palabra y de cada giro hace que Virgilio, clásico entre los clásicos, sea también, de un modo sereno, un poeta barroco. Los cuidados de la pluma no entorpecen la fluida narración de los trabajos y venturas de Eneas. Hay hechos casi mágicos; Eneas, prófugo de Troya, desembarca en Cartago y ve en las paredes de un templo imágenes de la guerra troyana, de Príamo, de Aquiles, de Héctor y su propia imagen entre las otras. Hay hechos trágicos; la reina de Cartago, que ve las naves griegas que parten y sabe que su amante la ha abandonado. Previsiblemente abunda lo heroico; estas palabras dichas por un guerrero: Hijo mío, aprende de mí el valor y la fortaleza genuina; de otros, la suerte. Virgilio. De los poetas de la tierra no hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor. Más allá de Augusto, de Roma y aquel imperio que a través de otras naciones y de otras lenguas, es todavía el Imperio. Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la Comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres.
Virgilio, Borges, J. L., y Ochoa, E. de. (1987). La Eneida. Ediciones Orbis S. A.