Miser Catulle, desinas ineptire, et quod vides perisse perditum ducas. fulsere quondam candidi tibi soles, cum ventitabas quo puella ducebat, amata nobis quantum amabitur nulla. ibi illa multa cum iocosa fiebant, quae tu volebas nec puella nolebat, fulsere vere candidi tibi soles. nunc iam illa non vult: tu quoque impote‹ns, noli› nec quae fugit sectare, nec miser vive, sed obstinata mente perfer, obdura. vale, puella. iam Catullus obdurat nec te requiret nec rogabit invitam: at tu dolebis, cum rogaberis nulla. scelesta, vae te! quae tibi manet vita? Quis nunc te adibit? cui videberis bella? quem nunc amabis? cuius esse diceris? quem basiabis? cui labella mordebis? at tu, Catulle, destinatus obdura.
Desdichado Catulo, deja de hacer tonterías y considera perdido lo que ves que se ha perdido. En otro tiempo los radiantes soles brillaron para ti cuando venías a donde la muchacha te llevaba, amada por mí como ninguna será amada. Cuando allí surgían aquellas muchas cosas agradables, las cuales tú querías y la joven no decía que no, ciertamente brillaron radiantes soles para ti. Ahora ella ya no las quiere. Tú, incontrolable, tampoco quieras. Ni persigas lo que huye, ni vivas desdichado, sino que aguanta firmemente, resiste. Adiós, muchacha, ahora Catulo resiste. Y no te buscará ni te rogará sin que tú quieras. Ahora bien, tú te lamentaras cuando nadie te solicite. ¡Malvada, ay de ti! ¿Qué vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás hermosa? ¿A quién amarás ahora? ¿De quién dirás que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién le morderás los labios? Pero tú, Catulo, resiste firmemente.
Benévolos dioses, permitidme beber, beber de un trago. ¡Quiero y deseo enloquecer! Enloquecieron Alcmeón y Orestes el de blancos pies1 al matar a sus madres. Y yo no he matado a nadie, pero tras beber el rojo vino quiero volverme loco, lo deseo. Una vez Heracles enloqueció agitando su terrible aljaba y el arco de Ífito2. Áyax se volvió loco un día agitando el escudo y la espada de Héctor3. Y yo tengo esta copa y esta guirnalda en mi cabello, no tengo ni arco ni espada. ¡Quiero, quiero enloquecer!
Cerámica de figuras negras que representa el suicidio de Áyax. Ca. 530 a.C.
Cf. Campbell (1988): 173. «Orestes killed Clytemnestra to avenge his father Agamemnon; ‘white-footed’ perhaps because barefoot in his madness.» ↩︎
Heracles mató a Ífito y se quedó con su arco. Después lo utilizó para matar a Mégara. ↩︎
Héctor le dio a Áyax su espada cuando se enfrentaron en el primer duelo (Ilíada VII, 303-305). Con esa misma espada Áyax se suicidó (Cf. Sófocles, Áyax vv. 815-820: «La que me ha de matar está clavada por donde más cortante podrá ser, si alguno tiene, incluso, la calma de calcularlo. Es un regalo de Héctor, el que me es más aborrecible de mis huéspedes, y el más odioso a mi vista.») ↩︎
BIBLIOGRAFÍA
Alamillo, A. (1981). Sófocles, Tragedias. Gredos.
Campbell, D. (1988). Greek Lyric, Volume II: Anacreon, Anacreontea, Choral Lyric from Olympus to Alcman. (LOEB) Harvard University Press.
Un día al estar trenzando una guirnalda encontré a Eros entre las rosas. Tras agarrarlo de sus alas, lo sumergí en el vino. Lo cogí y me lo bebí. Y ahora dentro de mi cuerpo me hace cosquillas con sus alas.
Odio a Eros. ¿Por qué contra las fieras no se arroja violentamente, sino que lanza flechas a mi corazón? ¿De qué sirve que un dios abrase a un hombre? ¿O qué honor recibe como premio por mi cabeza tras matarme?
Infantil Eros, destrúyeme. Esto es útil: Tú, vacía contra mí todas las flechas hasta que no dejes ninguna en la aljaba, para que solo me mates con tus flechas, y al querer disparar a otra persona, no tengas ningún dardo.
Sí, por Cipris, Eros, incendiaré todo esto: el arco y el carcaj de Escitia lleno de flechas. En efecto, lo quemaré. ¿Por qué te ríes sin motivo, burlándote con la nariz chata? Quizás pronto te rías con amargura. Pues cortaré tus ágiles alas que guían al deseo, y ataré tus pies con grilletes de bronce. Y tendremos una victoria de Cadmo si junto a mí alma te ato, lince entre el aprisco de cabras. Venga, vete, ser indomable, tras coger tus leves sandalias, bate tus ágiles alas hacia otra parte.
¿Qué hay de inusual si Eros, el funesto para los mortales, lanza flechas de fuego y ríe cruelmente con ojos brillantes? ¿Acaso su madre no ama a Ares y no es esposa de Hefesto, compartiendo tanto el fuego como la espada? ¿Y la madre de su madre, el Mar, no brama salvajemente por el azote de los vientos? Y su padre no es nadie. Tiene el fuego de Hefesto. Ama con ira como las olas. De Ares tiene las armas ensangrentadas.
Yo no injurio a Eros, soy amable. Llamo como testigo a la propia Cipris. Pero fui alcanzado por su arco traicionero y ardo por completo hasta convertirme en cenizas. Una flecha ardiente tras otra me lanza sin parar ni un momento de disparar. Yo, que soy mortal, me vengaré de este malvado si acaso este dios es mortal. ¿Y seré acusado al defenderme?
Melánipo, bebe y emborráchate conmigo. ¿Qué crees…? ¿Que tras cruzar el turbulento y enorme río Aqueronte verás de nuevo la clara luz del sol? Venga, no tengas tanta ambición. Ya que también el rey Sísifo Eólida pensaba, siendo el más sabio de los hombres, que había dominado a la muerte. Pero, aun siendo astuto, atravesó dos veces por culpa de las Keres el turbulento Aqueronte. Pues le dio el soberano Crónida un castigo para retenerlo bajo la negra tierra. Venga, no tengas esperanzas. Si alguna vez fuimos jóvenes, ahora debemos soportar cualquier cosa que pronto el dios nos dé para hacernos sufrir. …el viento Bóreas…
Si realmente la riqueza de oro ofreciese vida a los mortales, perseveraría en mantenerla para que, en caso de que llegase la Muerte, la cogiese y se marchase. Pero si no puede comprarse la vida para los mortales, ¿por qué me lamento en vano? ¿Y por qué profiero lamentos? Pues si estamos destinados a morir, ¿de qué me sirve el oro? Yo espero poder beber, bebiendo dulce vino, y reunirme con mis amigos y en los suaves lechos consagrar a Afrodita.
Anacreonte, que florezca hiedra alrededor de ti, y delicados pétalos de los purpúreos prados. Que broten fuentes de blanca leche, que de la fragante tierra fluya un dulce vino para que la ceniza y los huesos te traigan alegría, si es que algún placer les toca a los muertos.
Al poeta Anacreonte, que es eterno gracias a las Musas, esta tumba de su patria Teo lo acogió. Cuyos cantos huelen a las Gracias y a los Amores, compuso el dulce deseo de los muchachos. Y solo en el Aqueronte se aflige, no por dejar la vida para encontrar allá las casas del Leteo, sino por abandonar al más simpático de todos, al joven Megistes, y por abandonar la pasión por el tracio Esmerdis. Pero no renuncia a la encantadora música, puesto que, aunque él está muerto, no ha acallado su lira en el Hades.
Extranjero, al pasar cerca de la lápida de Anacreonte, si algún provecho te ha llegado de mis libros, derrama sobre mis cenizas un líquido, para que mis huesos se regocijen al humedecerse con vino. Yo, que me he preocupado de las estrepitosas fiestas de Dioniso, que he convivido con la música, amante del vino, al morir no soportaré sin Baco esta región destinada a la raza de los mortales.
Descansas entre los muertos, Anacreonte, tras haber obrado bien, descansa tu dulce cítara que cantaba de noche. También descansa Esmerdis, la primavera de la Pasión, de tal modo tú compones música como el néctar al tocar la lira. Pues fuiste el objeto del amor de los jóvenes, tenía para ti un solo arco y una habilidad de disparar tortuosa.
Juliano el egipcio AP VII, 33
A. πολλὰ πιὼν τέθνηκας, Ἀνάκρεον. B. ἀλλὰ τρυφήσας: καὶ σὺ δὲ μὴ πίνων ἵξεαι εἰς Ἀίδην.
A- Anacreonte, has muerto tras beber mucho. B- Pero lo disfruté y tú también vendrás al Hades aunque no bebas.
Epigrama de Antípatro AP VII, 23. Codex Palatinus 23 p. 211
El símil del linaje de las hojas con el de los hombres aparece por primera vez en Homero, en concreto en la Ilíada VI, vv. 146-149, famosísimo pasaje en el que el aqueo Diomedes le pregunta al troyano Glauco acerca de su linaje:
Como el linaje de las hojas, así es también el de los hombres. Unas hojas el viento esparce por el suelo, otras el bosque hace brotar cuando florece, al llegar la estación de la primavera. Así es el linaje de los hombres, uno nace y otro muere.
Nosotros como las hojas que la muy florida estación de primavera hace crecer, cuando rápidamente crecen con los rayos del sol, nosotros semejantes a estas gozamos de las flores de la juventud durante un breve espacio de tiempo, sin saber por parte de los dioses ni lo malo ni lo bueno.
También se encuentra el símil en Las Aves de Aristófanes:
ἄγε δὴ φύσιν ἄνδρες ἀμαυρόβιοι, φύλλων γενεᾷ προσόμοιοι, Aristófanes, Las Aves, v. 680.
Ea, seres humanos de vida oscura por naturaleza, parecidos a la estirpe de las hojas… (Trad. Luis M. Macía)
En la obra Stromata se nos dice que el poeta Museo reescribió la cita homérica:
A su vez escribió Museo: Así como el fértil campo brota hojas, y unas se caen del fresno y otras florecen, así también el linaje de los hombres y de las hojas se renuevan.
Horacio en su Ars Poetica no sólo compara al linaje de los hombres con las hojas, sino también éstas con la evolución del lenguaje.
ut silvae foliis pronos mutantur in annos, prima cadunt: ita verborum vetus interit aetas, et iuvenum ritu florent modo nata vigentque. debemur morti nos nostraque (…) Horacio, Ars Poetica, vv. 60-64
De la misma manera que los bosques cambian de hojas en el otoño de cada año, y caen las primeras, tal la vieja generación de las palabras perece, y las nacidas poco ha florecen y crecen a modo de gente joven. Nosotros y nuestras obras nos debemos a la muerte. (Trad. Aníbal González).
Por último, en Virgilio encontramos un eco al símil homérico en el siguiente pasaje del descenso al inframundo, cuando Eneas ve a toda la gente que no tiene sepultura:
Huc omnis turba ad ripas effusa ruebat, 305 matres atque viri, defunctaque corpora vita magnanimum heroum, pueri innuptaeque puellae, impositique rogis iuvenes ante ora parentum: quam multa in silvis autumni frigore primo lapsa cadunt folia (…) Virgilio, Eneida VI, vv. 305-310
Aquí, toda la multitud corría desparramada en dirección a la orilla, madres y esposos, cuerpos de esforzados héroes que ya habían terminado la vida, muchachos y muchachas solteras, jóvenes colocados en las piras ante los ojos de sus padres: tan numerosos como las hojas que en los bosques, al comenzar los fríos del otoño, caen desprendiéndose del árbol… (Trad. María D.N Estefanía)
Gustavo Doré, Lamina ilustrada de la Divina Comedia.
BIBLIOGRAFÍA
Estefanía, M. (1984). Virgilio, Eneida. Bruguera.
González, A. (2003). Aristóteles, Horacio. Artes Poéticas. Visor Libros.
Macía, L. (2007). Aristófanes, Comedias II. Gredos.
Sider, D. (1996). As Is the Generation of Leaves in Homer, Simonides, Horace,and Stobaios. Arethusa, pp. 263-282.
Esto es lo más bello que dijo el hombre de Quíos: «Al igual que la generación de las hojas, así es también la de los hombres.»1 Pero pocos mortales, habiéndolo percibido con los oídos, lo aceptan en sus corazones. Pues la esperanza está presente en cada uno de los hombres, la cual nace en los pechos de los jóvenes.
Mientras algún mortal tiene la muy deseada flor de la juventud3, piensa muchas cosas imposibles de lograr, teniendo un corazón imprudente. Ya que no tiene expectativas de envejecer ni de morir, ni cuando está sano tiene la preocupación de enfermar. Necios, cuyas mentes permanecen en esa idea, no saben cuán breve es el tiempo de la juventud y de la vida para los mortales. Pero tú, habiendo aprendido esto, hasta el final de tu vida deleita tu alma haciendo acciones buenas.
Referencia a los vv. 146-149 del canto VI de la Ilíada. ↩︎
He omitido los vv. 1-4 y 13-18 debido a su estado fragmentario. ↩︎