De nuevo me agita Eros, el que debilita los miembros, bestia agridulce e irresistible. Pero a ti, Atis, el pensamiento sobre mí te es odioso y vuelas hacia Andrómeda.
El fragmento 94C de Safo que hoy conocemos por el número 94 se debe a la edición de Campbell de 1982. Pero este fragmento ya fue editado anteriormente. Es interesante la edición crítica de Edmonds, publicada en 1909 y que influyó en poetas como Ezra Pound (cf. mi artículo sobre el poema Papyrus) y Richard Aldington (próximamente subiré un artículo). Pues resulta llamativo que además de recoger lo que transmiten los papiros, Edmonds ofrece sus propias reconstrucciones para los versos fragmentados. Por ese motivo este fragmento de Edmonds (fr. III), difiere de la edición moderna de Campbell (fr. 94), cuyo texto y traducción se puede consultar en Safo fragmento 94.
Oh muchacho, Zeus el de grave estruendo domina el desenlace de todas las cosas existentes y las dispone según quiere. El conocimiento no existe para los hombres, pero somos efímeros y vivimos como bestias, sin saber cómo el dios llevará a cabo cada cosa. Pero la esperanza y la confianza alimentan todos los deseos irrealizables. Unos esperan a que llegue el día de mañana, otros a la vuelta atrás de los años. Pero no hay ningún mortal que espere el próximo año llegar como amigo de Pluto y de los bienes. Y luego la no envidiable vejez aparece, atrapándolo antes de que alcance el final. A otros mortales las funestas enfermedades les destruyen. Y a otros, dominados por Ares, Hades los manda bajo la negra tierra. Otros mueren en el mar golpeados por las tormentas y por muchas olas del mar agitado cuando ya no pueden seguir viviendo. Otros se ataron una soga en una muerte desgraciada, abandonando voluntariamente los rayos del sol. Así nada dista de las desgracias, sino que innumerables ruinas, inesperables desgracias y penas hay para los mortales. Si me obedecieran, no desearíamos desgracias, ni al padecer dolores funestos nos torturaríamos el corazón.
Ascra, de abundante cosecha, fue mi patria, pero estando yo muerto mis huesos retiene la tierra del auriga Minie1 La ciudad de Orcómeno. La gloria de Hesíodo es la mayor de entre los hombres, que son juzgados por la prueba de sabiduría.
En el oscuro bosque de Locris el cadáver de Hesíodo las ninfas lavaron con las aguas de sus fuentes, y erigieron su tumba. Y los pastores de cabras derramaron leche, mezclándola con dorada miel. Y tal voz exhaló el anciano, probando las fuentes de purificación de las nueve Musas.
Uno de los sayos presume del escudo, un arma intachable, que junto a un arbusto abandoné contra mi voluntad. Pero me salvé. ¿Qué me importa ese escudo? ¡Que se vaya a la porra! Otra vez me compraré uno mejor.
Tras abandonar la antorcha y las flechas, cogió la aguijada el cruel Eros, y se puso su alforja en el hombro. Y tras uncir al resistente yugo los cuellos de los bueyes, sembró el fértil surco de Deméter. Mirando hacia arriba dijo a Zeus: «¡lléname los campos!, no vaya a ser que te ponga en el arado, toro de Europa.»
Escena del mito del rapto de Europa. Crátera de cáliz, ca. 340 a.C.
Detén tu paso, caminante, frente al lago sereno: la mar rizada y los barcos atormentados, los caminos que envolvían montañas y engendraban estrellas, todo acaba aquí en esta dilatada superficie.
A Filócrito, que había dejado el comercio y que hace poco probó el arado, la ciudad de Menfis lo enterró en una tumba extranjera. Allí el gran torrente, que corría del Nilo, con una violenta ola a este hombre arrebató del pequeño túmulo. En vida escapó del amargo mar. Pero ahora, estando cubierto por las olas, el desdichado tiene una tumba de náufrago.
Navegantes, ¿por qué me enterrasteis junto al mar? Bastante lejos de aquí debería cubrirse la desgraciada tumba del náufrago. Tiemblo ante el estruendo de las olas, mi fatalidad. Pero aun así, saludos a los que os compadecéis de Nicetas.
¿Quién eres, náufrago extranjero? Aquí Leóntico encontró tu cadáver por la playa y te erigió la tumba, llorando por su vida perecedera. Pues él no está en calma, sino que semejante a un pájaro1El ave es la pardela recorre el mar.
Todavía no estoy muerto. Yo, Teris el náufrago, fui arrojado a la tierra por las olas, y no olvidaré la orilla que no deja dormir. Pues bajo las laderas de las rocas escarpadas, cerca del mar hostil, obtuve de manos de un extraño una sepultura. Pero siempre el mar ruge sobre los muertos y yo, desgraciado, oigo su odioso bramido. Ni el Hades me dio descanso de los sufrimientos, ni aún estando solo y muerto he podido yacer en tranquilidad y calma.
Deja de pintar los remos y el espolón de la nave sobre mi tumba y sobre mis frías cenizas. Es de un náufrago la tumba. ¿Por qué esta desgracia causada por las olas quieres otra vez recordarle a este, que yace bajo tierra?
Me dejaste muerto en la tierra, mar salvaje, y arrastras los restos de las cenizas. Yo, que estoy solo y náufrago en el Hades, no estaré en paz sobre la sólida y áspera roca. Entiérrame llevándome a las olas, o déjame en la tierra y no robes de esta tierra mi cadáver.
Observa en la orilla el cuerpo esparcido del desgraciado mortal, arrojado en las escarpadas rocas. Allí descansa la cabeza sin pelo y sin dientes; y allá, cinco dedos de las manos; aquí, las costillas sin carne y los pies sin tendones, y las extremidades sin articulaciones. Estas múltiples partes hace tiempo fueron un solo cuerpo. ¡Ay dichosos cuántos tras nacer no vieron el sol!
Odysseus und Polyphemus. De Arnold Böcklin
Referencias: Paton, W. R. (1917). The Greek Anthology, Volume II: Books 7-8. Harvard University Press.
A Safo custodias, tierra eólida, a la Musa mortal que es alabada entre las Musas inmortales, que Cipris y Eros juntos criaron, que con Persuasión entrelazaba la eterna corona de las Piérides. Para ti alegría y gloria en la Hélade. ¿Oh Moiras, que en las ruecas giráis el hilo, por qué no hilasteis la inmortalidad para la poetisa que recreó los dones imperecederos de las Heliconíades?
Al pasar junto a la tumba Eolia, extranjero, no digas que yo, la poetisa de Mitilene, he muerto. Pues esta la hicieron las manos de los hombres, pero las obras de los mortales como esta caen rápidamente en el olvido. Y si me preguntas por las Musas, de las que, cada una siendo una divinidad, una flor puse al lado de mis nueve (libros)1, sabrás que escapé de la oscuridad del Hades. Ningún sol podrá existir sin que se nombre la lírica de Safo.
Sappho. De Charles Mengin.
El DGE dice lo siguiente sobre ἐννεάς, -άδος, ἡ: ref. obras literarias obra de nueve libros ἄνθος ἐμῇ θῆκα παρ’ ἐννεάδι la flor poética que puse en mi obra de nueve libros (habla Safo) AP 7.17. ↩︎
Gracias a Jesús por su ayuda con el epigrama 7, 17.
De la nube surge la fuerza de la nieve y del granizo, y del resplandeciente relámpago nace el trueno. La ciudad se destruye a causa de los hombres poderosos, y por ignorancia el pueblo cae en la esclavitud del tirano. Al que se le ha exaltado demasiado no es fácil detenerle después, pero es necesario que ahora uno reflexione sobre esto.
Corazón, corazón agitado por irremediables preocupaciones, ánimo, y defiéndete oponiendo tu pecho frente a los enemigos, plantándote firmemente en las emboscadas cerca de los enemigos. Y no te jactes públicamente cuando ganes, pero si has sido vencido, no te lamentes en tu casa tirándote al suelo, sino alégrate con las alegrías y no cedas a las desgracias demasiado: conoce qué cadencia domina a los hombres.
Doy las gracias al profesor Fernando García Romero, con quien tuve el placer de debatir sobre este fragmento.
Estamno de figuras rojas (V a.C.)
El gramático alejandrino Hesiquio menciona ἔνδοκος como sinónimo de ἐνέδρα «emboscada». Cf. en el TLG Hesychius, Lexicon (Α—Ο), 2809. ↩︎