Yo soy un anciano, pero bebo más que los jóvenes. Si es necesario que yo baile, como Sileno en el medio bailaré imitándole, teniendo como bastón el odre, pues el palo de hinojo no es nada. El que quiera pelear, que se presente y luche. Muchacho, la copa de vino con dulce miel mézclala y dámela.
Destacado entre los mortales por su sabiduría, carácter y justicia, aquí descansa el divino humano Aristocles1Según cuenta Diógenes Laercio, Platón tuvo como nombre de nacimiento «Aristocles» en honor a su abuelo, pero su maestro de gimnasia, Aristón de Argos, le puso el mote de «Platón» por su cuerpo robusto. Cf. Diógenes Laercio, Vidas y opiniones de los filósofos ilustres, III, 4. . Si alguien de entre todos recibió tanto elogio por su sabiduría, él obtuvo el mayor número, y no provocó envidia.
La tierra cubre el cuerpo de Platón en su seno. Su alma tiene la categoría inmortal de los bienaventurados, el alma del hijo de Aristón, a quien cualquier hombre noble, incluso viviendo lejos, le honra como si estuviera viendo en vida a la divinidad.
Águila, ¿por qué te posas sobre la tumba? Dime, ¿Qué morada estrellada de un dios observas? Soy la imagen del alma de Platón que se ha ido volando al Olimpo. Pero la tierra ática posee su cuerpo nacido de la tierra.
Las Musas no temen al salvaje Eros, le quieren de corazón y le siguen de cerca. Si alguien canta teniendo un alma carente de amor, huyen de él y no quieren enseñarle. Pero si alguien canta con conmovedora emoción y con agrado sobre Eros, todas se dirigen rápidamente hacia él. Yo soy testigo de que toda esta historia es verdad. Pues si canto sobre otro mortal o inmortal mi lengua tartamudea y ya no canta como antes. Pero si canto sobre Eros o sobre Lícidas, entonces mi canto fluye agradable por mi boca.
Cipris llama con un gran grito a su hijo Eros. «Si alguien ha visto a Eros vagando por las encrucijadas, se ha escapado de mí. El que me informe tendrá una recompensa. La recompensa será un beso de Cipris, pero cuando lo hayas traído, recibirás tú, huésped, más que un simple beso. El niño es muy distinguido. Lo reconocerías entre veinte. Su piel no es blanca, sino semejante al fuego. Su mirada es penetrante y radiante. Sus intenciones son perversas, pero su habla es dulce. Pues no es igual lo que piensa que lo que dice. Su voz es como la miel, su mente como la bilis. Es salvaje, engañador, mentiroso, un crío engañoso que juega salvajemente. Tiene una hermosa cabellera, pero una cara atrevida. Sus manos son pequeñas, pero disparan a larga distancia. Alcanza hasta el Aqueronte y también la morada de Hades. Su cuerpo está totalmente desnudo, pero su pensamiento bien cubierto. Como un pájaro alado vuela de una a otra persona, hombres y mujeres, y se posa en sus corazones. Tiene un arco muy corto y en él, una flecha: un dardo pequeño, pero que llega hasta la cima del cielo. En la espalda lleva un pequeño carcaj de oro y dentro están las punzantes flechas con las que frecuentemente me hiere. Todas estas cosas son crueles y su antorcha lo es más aun. La antorcha, aun siendo pequeña, abrasa al sol. Si lo capturas, átalo y no tengas compasión. Si ves que llora, ten cuidado de que no te engañe. Si se ríe, arrástralo, y si te quiere besar, huye. Su beso es dañino, sus labios son veneno. Si dice ‘Acepta esto, te entrego mis armas’, no cojas los engañosos regalos, han sido templados con fuego.»
Passer, deliciae meae puellae, quicum ludere, quem in sinu tenere, quoi primum digitum dare adpetenti et acris solet incitare morsus, cum desiderio meo nitenti carum nescioquid libet iocari, et solaciolum sui doloris: credo, tum gravis acquiescat ardor: tecum ludere, sicut ipsa, possem et tristis animi levare curas!
Pajarillo, delicias de mi chica, con quien ella suele jugar, al que suele tener en su regazo y a quien suele dar la punta del dedo cuando se lo pide y suele incitar sus dolorosos picotazos. Cuando a mi radiante deseo le agrada jugar a no sé qué cosa querida, para descansito de su dolor, creo que entonces se aplaque su ardiente pasión. ¡Ojalá pudiera como ella jugar contigo y aliviar las tristes preocupaciones de mi alma!
Lesbia y su gorrión. De Edward John Poynter, 1907.
Miser Catulle, desinas ineptire, et quod vides perisse perditum ducas. fulsere quondam candidi tibi soles, cum ventitabas quo puella ducebat, amata nobis quantum amabitur nulla. ibi illa multa cum iocosa fiebant, quae tu volebas nec puella nolebat, fulsere vere candidi tibi soles. nunc iam illa non vult: tu quoque impote‹ns, noli› nec quae fugit sectare, nec miser vive, sed obstinata mente perfer, obdura. vale, puella. iam Catullus obdurat nec te requiret nec rogabit invitam: at tu dolebis, cum rogaberis nulla. scelesta, vae te! quae tibi manet vita? Quis nunc te adibit? cui videberis bella? quem nunc amabis? cuius esse diceris? quem basiabis? cui labella mordebis? at tu, Catulle, destinatus obdura.
Desdichado Catulo, deja de hacer tonterías y considera perdido lo que ves que se ha perdido. En otro tiempo los radiantes soles brillaron para ti cuando venías a donde la muchacha te llevaba, amada por mí como ninguna será amada. Cuando allí surgían aquellas muchas cosas agradables, las cuales tú querías y la joven no decía que no, ciertamente brillaron radiantes soles para ti. Ahora ella ya no las quiere. Tú, incontrolable, tampoco quieras. Ni persigas lo que huye, ni vivas desdichado, sino que aguanta firmemente, resiste. Adiós, muchacha, ahora Catulo resiste. Y no te buscará ni te rogará sin que tú quieras. Ahora bien, tú te lamentaras cuando nadie te solicite. ¡Malvada, ay de ti! ¿Qué vida te espera? ¿Quién se te acercará ahora? ¿A quién le parecerás hermosa? ¿A quién amarás ahora? ¿De quién dirás que eres? ¿A quién besarás? ¿A quién le morderás los labios? Pero tú, Catulo, resiste firmemente.
Un día al estar trenzando una guirnalda encontré a Eros entre las rosas. Tras agarrarlo de sus alas, lo sumergí en el vino. Lo cogí y me lo bebí. Y ahora dentro de mi cuerpo me hace cosquillas con sus alas.
Odio a Eros. ¿Por qué contra las fieras no se arroja violentamente, sino que lanza flechas a mi corazón? ¿De qué sirve que un dios abrase a un hombre? ¿O qué honor recibe como premio por mi cabeza tras matarme?
Infantil Eros, destrúyeme. Esto es útil: Tú, vacía contra mí todas las flechas hasta que no dejes ninguna en la aljaba, para que solo me mates con tus flechas, y al querer disparar a otra persona, no tengas ningún dardo.
Sí, por Cipris, Eros, incendiaré todo esto: el arco y el carcaj de Escitia lleno de flechas. En efecto, lo quemaré. ¿Por qué te ríes sin motivo, burlándote con la nariz chata? Quizás pronto te rías con amargura. Pues cortaré tus ágiles alas que guían al deseo, y ataré tus pies con grilletes de bronce. Y tendremos una victoria de Cadmo si junto a mí alma te ato, lince entre el aprisco de cabras. Venga, vete, ser indomable, tras coger tus leves sandalias, bate tus ágiles alas hacia otra parte.
¿Qué hay de inusual si Eros, el funesto para los mortales, lanza flechas de fuego y ríe cruelmente con ojos brillantes? ¿Acaso su madre no ama a Ares y no es esposa de Hefesto, compartiendo tanto el fuego como la espada? ¿Y la madre de su madre, el Mar, no brama salvajemente por el azote de los vientos? Y su padre no es nadie. Tiene el fuego de Hefesto. Ama con ira como las olas. De Ares tiene las armas ensangrentadas.
Yo no injurio a Eros, soy amable. Llamo como testigo a la propia Cipris. Pero fui alcanzado por su arco traicionero y ardo por completo hasta convertirme en cenizas. Una flecha ardiente tras otra me lanza sin parar ni un momento de disparar. Yo, que soy mortal, me vengaré de este malvado si acaso este dios es mortal. ¿Y seré acusado al defenderme?
Melánipo, bebe y emborráchate conmigo. ¿Qué crees…? ¿Que tras cruzar el turbulento y enorme río Aqueronte verás de nuevo la clara luz del sol? Venga, no tengas tanta ambición. Ya que también el rey Sísifo Eólida pensaba, siendo el más sabio de los hombres, que había dominado a la muerte. Pero, aun siendo astuto, atravesó dos veces por culpa de las Keres el turbulento Aqueronte. Pues le dio el soberano Crónida un castigo para retenerlo bajo la negra tierra. Venga, no tengas esperanzas. Si alguna vez fuimos jóvenes, ahora debemos soportar cualquier cosa que pronto el dios nos dé para hacernos sufrir. …el viento Bóreas…