«Ni el amor de Penélope me saciará la sed de aventura y misterio. Sabed que no he nacido para vida animal.» Y por eso forzó en sí el conocimiento, quiso verse en el rostro sin rostro de los dioses que albergaban las aguas. Después de haber probado las raíces del mal sobre la isla de Circe, quiso ir más allá del confín, hasta el fondo de la tumba del sol. Y vio las costas últimas, y las últimas islas, surcando cual delfines el horizonte en llamas. Al fin, tras las columnas de Hércules, el mar era ya un mar sin gentes, soledad infinita. Mas los cuerpos, las almas, aún estaban beodos de aventura en la proa de aquella frágil nave. Y otra noche cayó del lado de la aurora como un fúnebre velo, como un gran trueno negro. Y soplaban los astros primeros en la vela como un húmedo beso azulado de luz. Y la luna embrujó cinco noches seguidas sus ojos que, por fin, vieron la cima inmensa alzada frente a ellos, la orilla de lo oscuro, la presencia inhumana, informe, de la nada o del todo, en el nido del terror más sublime. Y quisieron leer en aquella visión, extraer el secreto más hondo de la cima, mas un viento feroz se fue alzando desde ella. Un viento que excavaba una fosa en la mar. La mar que hirvió furiosa encima de sus huesos.
Antonio Colinas, Noche más allá de la noche , 1980-1981.
Ningún ciudadano es respetado cuando muere, aunque sea poderoso. Los vivos preferimos buscar el favor de los vivos, puesto que al muerto le sucede lo peor.
Theodorus will be pleased at my death, And someone else will be pleased at the death of Theodorus, And yet everyone speaks evil of death.
II
This place is the Cyprian’s for she has ever the fancy To be looking out across the bright sea, Therefore the sailors are cheered, and the waves Keep small with reverence, beholding her image. Anyte
III
A sad and great evil is the expectation of death And there are also the inane expenses of the funeral; Let us therefore cease from pitying the dead For after death there comes no other calamity. Palladas
IV
Troy Whither, O city, are your profits and your gilded shrines, And your barbecues of great oxen, And the tall women walking your streets, in gilt clothes, With their perfumes in little alabaster boxes? Where is the work of your home-born sculptors? Time’s tooth is into the lot, and war’s and fate’s too. Envy has taken your all, Save your douth and your story. Agathias Scholasticus
V
Woman? Oh, woman is a consummate rage, but dead, or asleep, she pleases. Take her. She has two excellent seasons. Palladas
VI
Nicarchus upon Phidon his doctor Phidon neither purged me, nor touched me, But I remembered the name of his fever medicine and died.
Teichoscopia del griego τειχοσκοπία significa “visión desde la muralla” y por este título eran conocidos los vv. 161-246 del canto III de la Ilíada, puesto que Helena y Príamo no combaten, sino que observan la guerra desde la muralla. Esta escena homérica es recreada desde un punto de vista irónico en el poema Teichoscopia de Luis Alberto de Cuenca, en el que el rey troyano Príamo, tras nueve años de guerra, pregunta a Helena quiénes son los enemigos.
Luis Alberto de Cuenca – Teichoscopia
Tras nueve años de guerra, el rey de Troya no sabe quiénes son sus enemigos. Se lo pregunta a Helena, allá en lo alto de la muralla: «Dime, Helena, hija, ¿quién es ese que saca la cabeza a los demás y que parece un rey por su modo de andar y por su porte señorial?» «Mi cuñado, Agamenón, un hombre insoportable que no cesa de gruñir, el peor de los esposos y un mal padre.» «¿Y el rubio que está al lado?» «Es mi marido, Menelao, un idiota que no supo apreciar como es debido lo que tenía en casa y no comprende a las mujeres.» Príamo registra la información de Helena en su vetusto cerebro, y continúa preguntando: «Y ese otro de ahí, de firme pecho y anchos hombros, que va y viene nervioso por el campo, las manos a la espalda, como quien trama algo, ¿quién es ese?» «Odiseo de Ítaca, un fullero de quien nadie se fía, un sinvergüenza.» «¡Caramba con los griegos!», piensa Príamo, y le dice a la novia de su hijo: «Otros veo, muy altos y muy fuertes, que destacan del resto. Por ejemplo, esa masa magnífica de músculos que está sentada al fondo, a la derecha…» «Es Ayante, una bestia lujuriosa y prepotente, un grandullón con menos inteligencia que una lagartija.» «¡Qué bien hice estos años —piensa Príamo— sin saber quiénes eran estos tipos! Basta que gente así reclame a Helena para no devolverla.» Y en voz alta dice a la chica: «¿Dónde estará Paris?» «Imagino que en la peluquería, haciéndose las uñas y afeitándose.» «Ayúdame a bajar de la muralla y vamos en su busca, que os invito a los dos a una copa en el palacio.»
Helen and Priam at the Scaen Gate. De Richard Cook (1784–1857).
Tras 9 años de guerra, Príamo le pregunta a Helena quiénes son los combatientes griegos. Luis Alberto de Cuenca reproduce los vv. 167-170 del canto III al decir:
«¿quién es eseque saca la cabeza / a los demás y que parece un rey / por su modo de andar y por su porte señorial?» ὅς τις ὅδ᾽ ἐστὶν Ἀχαιὸς ἀνὴρ ἠΰς τε μέγας τε. / ἤτοι μὲν κεφαλῇ καὶ μείζονες ἄλλοι ἔασι, / καλὸν δ᾽ οὕτω ἐγὼν οὔ πω ἴδον ὀφθαλμοῖσιν, / οὐδ᾽ οὕτω γεραρόν: βασιλῆϊ γὰρ ἀνδρὶ ἔοικε. (Ilíada. 3. 167-170)
Helena le contesta que es su cuñado Agamenón, a quien lo califica como un “hombre insoportable que no cesa de gruñir”. El poeta opta por poner esas palabras en boca de Helena, aunque en la versión homérica ella lo califica como buen rey y esforzado lancero (ἀμφότερον βασιλεύς τ᾽ ἀγαθὸς κρατερός τ᾽ αἰχμητής . Ilíada. 3. 179)
Luego pregunta «¿Y el rubio que está al lado?» y Helena responde: «Es mi marido, Menelao, un idiota / que no supo apreciar como es debido / lo que tenía en casa y no comprende / a las mujeres». A continuación, recoge parcialmente de nuevo los versos homéricos cuando Príamo le pregunta por Odiseo:
«Y ese otro de ahí, de firme pecho / y anchos hombros, que va y viene nervioso»
Helena le contesta: «Odiseo de Ítaca, un fullero / de quien nadie se fía, un sinvergüenza.», puesto que Odiseo es todo un experto en engañar y en convencer con su astucia por medio de la palabra. Después, Príamo le pregunta: «Por ejemplo, / esa masa magnífica de músculos / que está sentada al fondo, a la derecha…». Ella le responde que es Áyax, calificándolo de “grandullón”, pero añade también que es “un tonto”. Aquí Luis Alberto pone de manifiesto el tópico actual “mucho músculo, pero poca inteligencia”.
«¡Qué bien hice estos años —piensa Príamo— / sin saber quiénes eran estos tipos! / Basta que gente así reclame a Helena / para no devolverla.» Estos versos reflejan que Príamo estaba muy bien antes, viviendo en la ignorancia antes que conociendo la realidad. Por último, Príamo pregunta dónde está su hijo Paris. A lo que Helena le contesta irónicamente: «Imagino que en la peluquería, / haciéndose las uñas y afeitándose.»
Sin duda, este magnífico poema es una parodia de esta situación tan inusual: que el rey troyano no conozca quiénes son sus enemigos después de nueve años de guerra. Aunque resulte sorprendente que tras tantos años de guerra Príamo haga tal pregunta, Príamo bien conoce quienes son sus enemigos. Veamos lo que ocurrió unos versos antes (Ilíada, III, vv. 148-160), los ancianos Ucalegonte y Anténor contemplan a Helena ascender una torre. Mientras la observan desean que ella se marche cuanto antes para evitar que los troyanos sigan sufriendo:
No es reprensible que troyanos y aqueos, de hermosas grebas, sufran prolijos males por una mujer como ésta, cuyo rostro tanto se parece al de las diosas inmortales. Pero, aun siendo así, váyase en las naves, antes de que llegue a convertirse en una plaga para nosotros y para nuestros hijos.
Es ante esta incómoda circunstancia que entonces Príamo habla con Helena para decirle que él, a diferencia de otros, no piensa que ella sea la culpable de la guerra y le pide que le cuente quiénes son sus enemigos. Por tanto, Príamo conocía a sus enemigos. Helena merece ser respetada y por ello Príamo le da voz y la hace venir para que así todos los príncipes troyanos, entre ellos los ancianos Ucalegonte y Anténor que hablaban mal de ella, ahora la tengan que escuchar.
Así hablaban. Príamo llamó a Helena y le dijo: Ven acá, hija querida; siéntate a mi lado para que veas a tu anterior marido y a sus parientes y amigos —pues a ti no te considero culpable, sino a los dioses que promovieron contra nosotros la luctuosa guerra de los aqueos — y me digas cómo se llama ese ingente varón, quién es ese aqueo gallardo y alto de cuerpo. Otros hay de mayor estatura, pero jamás vieron mis ojos un hombre tan hermoso y venerable. Parece un rey.
Contestó Helena, divina entre las mujeres: Me inspiras, suegro amado, respeto y temor. ¡Ojalá la muerte me hubiese sido grata cuando vine con tu hijo, dejando, a la vez que el tálamo, a mis hermanos, mi hija querida y mis amables compañeras! Pero no sucedió así, y ahora me consumo llorando. Voy a responder a tu pregunta: Ése es el poderosísimo Agamenón Atrida, buen rey y esforzado combatiente, que fue cuñado de esta desvergonzada, si todo no ha sido sueño.
Ezra Pound – Homage to Quintus Septimius Florens Christianus (II)
This place is the Cyprian’s, for she has ever the fancy To be looking out across the bright sea; Therefore the sailors are cheered, and the waves Keep small with reverence, beholding her image. Anyte
I loved thee, Atthis, in the long ago, When the great oleanders were in flower In the broad herded meadows full of sun. And we would often at the fall of dusk Wander together by the silver stream, When the soft grass-heads were all wet with dew And purple-misted in the fading light. And joy I knew and sorrow at thy voice, And the superb magnificence of love,— The loneliness that saddens solitude, And the sweet speech that makes it durable,— The bitter longing and the keen desire, The sweet companionship through quiet days In the slow ample beauty of the world, And the unutterable glad release Within the temple of the holy night. O Atthis, how I loved thee long ago In that fair, perished summer by the sea!
Viens sur mon coeur, âme cruelle et sourde, Tigre adoré, monstre aux airs indolents; Je veux longtemps plonger mes doigts tremblants Dans l’épaisseur de ta crinière lourde;
Dans tes jupons remplis de ton parfum Ensevelir ma tête endolorie, Et respirer, comme une fleur flétrie, Le doux relent de mon amour défunt.
Je veux dormir! dormir plutôt que vivre! Dans un sommeil aussi doux que la mort, J’étalerai mes baisers sans remords Sur ton beau corps poli comme le cuivre.
Pour engloutir mes sanglots apaisés Rien ne me vaut l’abîme de ta couche; L’oubli puissant habite sur ta bouche, Et le Léthé coule dans tes baisers.
À mon destin, désormais mon délice, J’obéirai comme un prédestiné; Martyr docile, innocent condamné, Dont la ferveur attise le supplice,
Je sucerai, pour noyer ma rancoeur, Le népenthès et la bonne ciguë Aux bouts charmants de cette gorge aiguë Qui n’a jamais emprisonné de coeur.
El Leteo
Ven a mi corazón, alma cruel y sorda, tigre adorado, monstruo de gestos indolentes; quiero dejar hundidos mis dedos temblorosos en la espesura de tu pelambre espesa;
en tus enaguas impregnadas de tu perfume quiero sepultar mi cabeza apesadumbrada, y respirar, como una flor marchita, la dulce pestilencia de mi difunto amor.
¡Quiero dormir, dormir y no vivir! En un sueño tan suave como la muerte, repartiré mis besos sin un remordimiento sobre tu hermoso cuerpo bruñido como el cobre.
Para ahogar mis sollozos sosegados nada mejor que el abismo de tu cama; el poderoso olvido habita en tu boca, y el Leteo fluye en tus besos.
A mi destino, que es ya mi delicia, obedeceré como un predestinado; mártir sumiso, condenado inocente, cuyo fervor acrecienta el suplicio,
he de chupar, para ahogar mi furor, el elixir de dioses y la buena cicuta en las yemas hechiceras de ese pecho afilado que nunca ha aprisionado corazón.