Cuando el ladrón Eros robaba el panal de la colmena, una abeja malvada le picó todas las yemas de los dedos. Con dolor se sopló la mano, golpeó la tierra, y se quedó perplejo. Luego le mostró a Afrodita su dolor y se quejó de que la abeja, siendo una pequeña bestia, pudiera provocar dolor. Su madre se echó a reír: ¿Qué pasa? ¿Acaso no eres semejante a las abejas? Eres así de pequeño y, precisamente, provocas heridas como pequeñas piedras.
Me hirió la voraz Filenion, pero aunque la herida está oculta, el dolor penetra hasta mis uñas. Me muero, Amores, estoy destruido, me desvanezco: pues adormecido pisé una hetera, sé que ya llegué al Hades.
Y si no te es posible hacer la vida que deseas intenta al menos esto en la medida que puedas: no la envilezcas en el contacto asiduo con la gente, en asiduos ajetreos y chácharas. No la envilezcas arrastrándola, dando vueltas constantes y exponiéndola a la idiotez diaria del trato y relaciones, hasta que se convierta en una extraña cargante.
Ten miedo a las grandezas, alma mía. Y si tus ambiciones no las puedes vencer, persíguelas con precauciones, vacilante. Y cuanto más avances, sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César, y adquieras la figura del hombre egregio, vigila sobre todo entonces, al salir a la calle, dominador insigne en tu cortejo, si por azar de entre la multitud se te acerca un Artemidoro, que trae una carta, y dice apresuradamente «Lee ahora mismo esto, son asuntos muy graves que te atañen», no dejes de pararte, no dejes de aplazar ocupaciones y entrevistas, ni de apartar a esos que al saludarte se prosternan (los ves más tarde); que incluso espere al mismísimo Senado. Y, al punto, entérate del importante escrito de Artemidoro.
Cuando salgas de viaje para Ítaca, desea que el camino sea largo, colmado de aventuras, de experiencias colmado. A los lestrigones y a los cíclopes, al irascible Posidón no temas, pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino, si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita emoción te toca cuerpo y alma. A los lestrigones y a los cíclopes, al fiero Posidón no encontrarás, a no ser que los lleves ya en tu alma, a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.
Desea que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas estivales en que -¡y con qúe alegre placer!- entres en puertos que ves por vez primera. Detente en los mercados fenicios para adquirir sus bellas mercancías, madreperlas y nácares, ébanos y ámbares, y voluptuosos perfumes de todas las clases, todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles. Y vete a muchas ciudades de Egipto y aprende, aprende de los sabios.
Mantén siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no tengas la menor prisa en tu viaje. Es mejor que dure muchos años y que viejo al fin arribes a la isla, rico por todas las ganancias de tu viaje, sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.
Ítaca te ha dado un viaje hermoso. Sin ella no te habrías puesto en marcha. Pero no tiene ya más que ofrecerte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado. Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia, ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.
El pintor alemán Lucas Cranach (1472-1553) se inspira en el Idilio XIX de Teócrito para su cuadro Venus y Cupido ladrón de miel, en el que representa a Cupido con un panal de miel en la mano y, a su lado, su madre Venus.
Arriba a la izquierda aparece la siguiente inscripción latina «DVM PVER ALVEOLO FVRATVR MELLA CVPIDO FVRANTI DIGITVM CVSPIDE FIXIT APIS SIC ETIAM NOBIS BREVIS ET PERITVRA VOLVPTAS QUAM PETIMVS TRISTI MIXTA DOLORE NOCET» (Mientras Cupido robaba miel de la colmena una abeja picó a Cupido en el dedo. Así buscamos placeres transitorios y peligrosos que se mezclan con tristeza y nos traen dolor.)
El bucólico Teócrito nos narra esta escena en su Idilio XIX:
Cuando el ladrón Eros robaba el panal de la colmena, una abeja malvada le picó todas las yemas de los dedos. Con dolor se sopló la mano, golpeó la tierra, y se quedó perplejo. Luego le mostró a Afrodita su dolor y se quejó de que la abeja, siendo una pequeña bestia, pudiera provocar dolor. Su madre se echó a reír: ¿Qué pasa? ¿Acaso no eres semejante a las abejas? Eres así de pequeño y, precisamente, provocas heridas como pequeñas piedras.
La misma temática encontramos en el fragmento 35 de las Anacreónticas. Eros se queja a Afrodita de que una abeja le haya picado en el dedo y le asegura que está destruido y se muere de dolor. En respuesta, Afrodita le hace reflexionar diciéndole «Si por un aguijón de esta abeja sufres, ¿Cuánto piensas que sufren, Eros, aquellos a cuantos tú alcanzas?».