Y si no te es posible hacer la vida que deseas intenta al menos esto en la medida que puedas: no la envilezcas en el contacto asiduo con la gente, en asiduos ajetreos y chácharas. No la envilezcas arrastrándola, dando vueltas constantes y exponiéndola a la idiotez diaria del trato y relaciones, hasta que se convierta en una extraña cargante.
Ten miedo a las grandezas, alma mía. Y si tus ambiciones no las puedes vencer, persíguelas con precauciones, vacilante. Y cuanto más avances, sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César, y adquieras la figura del hombre egregio, vigila sobre todo entonces, al salir a la calle, dominador insigne en tu cortejo, si por azar de entre la multitud se te acerca un Artemidoro, que trae una carta, y dice apresuradamente «Lee ahora mismo esto, son asuntos muy graves que te atañen», no dejes de pararte, no dejes de aplazar ocupaciones y entrevistas, ni de apartar a esos que al saludarte se prosternan (los ves más tarde); que incluso espere al mismísimo Senado. Y, al punto, entérate del importante escrito de Artemidoro.
Cuando salgas de viaje para Ítaca, desea que el camino sea largo, colmado de aventuras, de experiencias colmado. A los lestrigones y a los cíclopes, al irascible Posidón no temas, pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino, si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita emoción te toca cuerpo y alma. A los lestrigones y a los cíclopes, al fiero Posidón no encontrarás, a no ser que los lleves ya en tu alma, a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.
Desea que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas estivales en que -¡y con qúe alegre placer!- entres en puertos que ves por vez primera. Detente en los mercados fenicios para adquirir sus bellas mercancías, madreperlas y nácares, ébanos y ámbares, y voluptuosos perfumes de todas las clases, todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles. Y vete a muchas ciudades de Egipto y aprende, aprende de los sabios.
Mantén siempre a Ítaca en tu mente. Llegar allí es tu destino. Pero no tengas la menor prisa en tu viaje. Es mejor que dure muchos años y que viejo al fin arribes a la isla, rico por todas las ganancias de tu viaje, sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.
Ítaca te ha dado un viaje hermoso. Sin ella no te habrías puesto en marcha. Pero no tiene ya más que ofrecerte.
Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado. Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia, ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.
El pintor alemán Lucas Cranach (1472-1553) se inspira en el Idilio XIX de Teócrito para su cuadro Venus y Cupido ladrón de miel, en el que representa a Cupido con un panal de miel en la mano y, a su lado, su madre Venus.
Arriba a la izquierda aparece la siguiente inscripción latina «DVM PVER ALVEOLO FVRATVR MELLA CVPIDO FVRANTI DIGITVM CVSPIDE FIXIT APIS SIC ETIAM NOBIS BREVIS ET PERITVRA VOLVPTAS QUAM PETIMVS TRISTI MIXTA DOLORE NOCET» (Mientras Cupido robaba miel de la colmena una abeja picó a Cupido en el dedo. Así buscamos placeres transitorios y peligrosos que se mezclan con tristeza y nos traen dolor.)
El bucólico Teócrito nos narra esta escena en su Idilio XIX:
Cuando el ladrón Eros robaba el panal de la colmena, una abeja malvada le picó todas las yemas de los dedos. Con dolor se sopló la mano, golpeó la tierra, y se quedó perplejo. Luego le mostró a Afrodita su dolor y se quejó de que la abeja, siendo una pequeña bestia, pudiera provocar dolor. Su madre se echó a reír: ¿Qué pasa? ¿Acaso no eres semejante a las abejas? Eres así de pequeño y, precisamente, provocas heridas como pequeñas piedras.
La misma temática encontramos en el fragmento 35 de las Anacreónticas. Eros se queja a Afrodita de que una abeja le haya picado en el dedo y le asegura que está destruido y se muere de dolor. En respuesta, Afrodita le hace reflexionar diciéndole «Si por un aguijón de esta abeja sufres, ¿Cuánto piensas que sufren, Eros, aquellos a cuantos tú alcanzas?».
¿Qué vida y qué placer hay sin la dorada Afrodita? Ojalá muera cuando esto ya no me importe. El amor escondido, dones agradables del lecho, los cuales son las flores seductoras de la juventud para los hombres y mujeres. Cuando llega la dolorosa vejez, que hace feo incluso al hombre bello, a él continuamente las malas preocupaciones le consumen su mente. Y no disfruta al contemplar los rayos del sol, sino que es odioso para los niños e indigno para las mujeres. Un dios estableció así la dolorosa vejez.
Nosotros como las hojas que la muy florida estación de primavera hace crecer, cuando rápidamente crecen con los rayos del sol, nosotros semejantes a estas gozamos de las flores de la juventud durante un breve espacio de tiempo, sin saber por parte de los dioses ni lo malo ni lo bueno. Las negras Keres están presentes junto a nosotros, la una trayendo consigo el cumplimiento de la dolorosa vejez y la otra el de la muerte. Poco tiempo dura el fruto de la juventud, cuanto se extiende el sol sobre la tierra. Pero cuando se sobrepasa este final de la estación de la juventud, entonces es mejor estar muerto que estar vivo. Pues muchos males hay en el ánimo, a veces el patrimonio se arruina y vienen los dolorosos hechos de la pobreza: Mientras que otro carece de hijos y deseándolos mucho marcha al hades bajo tierra. Otro padece una enfermedad letal y no hay ningún hombre a quien Zeus no otorgue muchos males.
Al instante un sudor abundante fluye por mi piel, me paralizo cuando contemplo la flor de la juventud, agradable al igual que bella. Ojalá durase más. Pero como un sueño poco tiempo dura la estimada juventud. Pues la dolorosa y fea vejez cuelga sobre la cabeza al instante, odiosa a la vez que honrosa, la cual vuelve desconocido al hombre y daña tanto los ojos como la mente al cubrirnos.
Old age, adolescence, infancy, de Salvador Dali (1940)
Rápidamente, tras abandonar Pilos, ciudad de Neleo, llegamos con las naves a la amable Asia, nos asentamos en la bella Colofón trayendo una insolente fuerza, causantes de la dolorosa violencia. De allí, alejándonos del río Ales, por voluntad de los dioses tomamos la eolia Esmirna.
Jamás el propio Jasón habría traído el vellocino de Ea realizando la dolorosa expedición, y haciendo la dura prueba para el malvado Pelias ni habría llegado a la bella corriente del océano.
A la ciudad de Eetes, donde los rayos del rápido sol residen en una guarida dorada junto a la orilla del océano, a donde el divino Jasón llegó.
Pues Helios tuvo trabajo durante todos los días, y no había ningún descanso para los caballos y para él cuando la Aurora de dedos rosados llegó al océano tras abandonar el cielo. Entonces a él lo trajo la cama más deseada con una ola, de muchos colores, forjada por Hefesto con las manos, de oro caro, alada, por encima del agua duerme deseosamente desde el territorio de las Hespérides hasta la tierra de los Etíopes, donde se colocan el rápido carro y los caballos hasta que la Aurora, hija de la mañana, llegue. Desde allí el hijo de Hiperión se subió a otro carro diferente.
*El número atribuido a los fragmentos corresponde a la edición de West.
De nuevo, golpeándome con una purpúrea pelota Eros de rubia cabellera, con una joven de sandalias de colores me invita a jugar. Ella, que es de la bien fundada Lesbos, mi cabellera desprecia, pues es blanca y junto a otra se queda boquiabierta.