El puerto es viejo. No puedo esperar ya ni al amigo que se fue a la isla de los pinos ni al amigo que se fue a la isla de los plátanos ni al amigo que se fue mar adentro. Acaricio los cañones corroídos, acaricio los remos por revivir mi cuerpo y resolverlo. El aparejo exhala sólo el olor de la sal de otra tormenta.
Si quisiera estar solo buscaría la soledad y no esta espera, los mil pedazos de mi alma en el horizonte, estas líneas y colores, este silencio.
Las estrellas de la noche me arrastran al ansia de Odiseo por los que murieron entre los asfódelos. Cuando recalemos ante los asfódelos es que allí pretendíamos hallar el valle que vio a Adonis herido.
De desgraciados son nuestros esfuerzos; nuestros esfuerzos son como de troyanos. Llevamos algo a cabo, nos reponemos algo, y ya empezamos a tener coraje y buenas esperanzas.
Mas siempre surge algo y nos detiene. Ante nosotros en la trinchera surge Aquiles y a grandes gritos nos espanta.
Nuestros esfuerzos son como de troyanos. Creemos que con arrojo y decisión cambiaremos la animosidad del destino y nos plantamos fuera a pelear.
Pero cuando el momento crucial llega, arrojo y decisión se nos esfuman; se turba y paraliza nuestra alma y corremos en torno a las murallas tratando de salvarnos en la fuga.
Pero nuestra caída es segura. Arriba, en las murallas, ya empezaron los llantos. Lloran recuerdos y sentimientos de nuestros días. Amargamente, por nosotros, lloran Príamo y Hécuba.
En la obra Евгений Онегин, Глава VIII, IV (Eugenio Oneguin) del poeta ruso Aleksandr Pushkin encontramos la siguiente cita latina: Amorem canat aetas prima
И, первой нежностью томима, Мне муза пела, пела вновь (Amorem canat aetas prima) Всё про любовь да про любовь. Я вторил ей – младые други В освобожденные досуги Любили слушать голос мой. Они, пристрастною душой Ревнуя к братскому союзу, Мне первой поднесли венец, Чтоб им украсил их певец Свою застенчивую музу. О, торжество невинных дней! Твой сладок сон душе моей.
(Евгений Онегин, Глава VIII, IV)
Y atormentada por el primer cariño la Musa me cantaba, de nuevo me cantaba (Amorem cana aetas prima) una y otra vez sobre el amor, sobre el amor repetí cantando con ella – jóvenes amigos en sus liberados momentos amaban escuchar mi voz. Ellos, con el alma apasionada, sentían envidia de nuestra unión fraternal. A mí, la primera, me trajeron la corona, para que su cantante adorne a su tímida musa. ¡Oh celebración de los días de inocencia! Tu sueño para mi alma es dulce.
(Trad. María Sánchez Sergueeva)
Es probable que Pushkin haya tomado la cita del poeta latino Propercio, en concreto de la Elegía II, 10. Pero la reproduce con alguna variante, el orden de palabras está alterado y además emplea Amorem en vez de Veneres.
Aetas prima canat Veneres, extrema tumultus: bella canam, quando scripta puella mea est. Nunc volo subducto gravior procedere vultu, nunc aliam citharam me mea Musa docet.
(Propercio, Elegías II, 10 vv. 7-10)
La juventud cante al amor, la edad madura a la guerra: cantaré a la guerra, puesto que ya he escrito sobre mi amada. Ahora quiero iniciar un estilo más elevado con rostro seno, ahora mi Musa me enseña otra cítara.
Una parábola de Leibniz nos propone dos bibliotecas: una de cien libros distintos, de distinto valor, otra de cien libros iguales todos perfectos. Es significativo que la última conste de cien Eneidas. Voltaire escribe que, si Virgilio es obra de Homero, ésta fue de todas sus obras la que le salió mejor. Diecisiete siglos duró en Europa la primacía de Virgilio; el movimiento romántico lo negó y casi lo borró. Ahora lo perjudica nuestra costumbre de leer los libros en función de la historia, no de la estética. La Eneida es el ejemplo más alto de lo que se ha dado en llamar, no sin algún desdén, la obra épica artificial, es decir la emprendida por un hombre, deliberadamente, no la que erigen, sin saberlo, las generaciones humanas. Virgilio se propuso una obra maestra; curiosamente la logró. Digo curiosamente; las obras maestras suelen ser hijas del azar o de la negligencia. Como si fuera breve, el extenso poema ha sido limado, línea por línea, con esa cuidadosa felicidad que advirtió Petronio, nunca sabré por qué, en las composiciones de Horacio. Examinemos, casi al azar, algunos ejemplos. Virgilio no nos dice que los aqueos aprovecharon los intervalos de oscuridad para entrar en Troya; habla de los amistosos silencios de la luna. No escribe que Troya fue destruida; escribe Troya fue. No escribe que un destino fue desdichado; escribe De otra manera lo entendieron los dioses. Para expresar lo que ahora se llama panteísmo nos deja estas palabras: Todas las cosas están llenas de Júpiter. Virgilio no condena la locura bélica de los hombres; dice El amor del hierro. No nos cuenta que Eneas y la Sibila erraban solitarios bajo la oscura noche entre sombras; escribe:
Ibant obscuri sola sub nocte per umbram
No se trata, por cierto, de una mera figura de la retórica, del hipérbaton; solitarios y oscura no han cambiado su lugar en la frase; ambas formas, la habitual y la virgiliana, comprenden con igual precisión a la escena que representan. La elección de cada palabra y de cada giro hace que Virgilio, clásico entre los clásicos, sea también, de un modo sereno, un poeta barroco. Los cuidados de la pluma no entorpecen la fluida narración de los trabajos y venturas de Eneas. Hay hechos casi mágicos; Eneas, prófugo de Troya, desembarca en Cartago y ve en las paredes de un templo imágenes de la guerra troyana, de Príamo, de Aquiles, de Héctor y su propia imagen entre las otras. Hay hechos trágicos; la reina de Cartago, que ve las naves griegas que parten y sabe que su amante la ha abandonado. Previsiblemente abunda lo heroico; estas palabras dichas por un guerrero: Hijo mío, aprende de mí el valor y la fortaleza genuina; de otros, la suerte. Virgilio. De los poetas de la tierra no hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor. Más allá de Augusto, de Roma y aquel imperio que a través de otras naciones y de otras lenguas, es todavía el Imperio. Virgilio es nuestro amigo. Cuando Dante Alighieri hace de Virgilio su guía y el personaje más constante de la Comedia, da perdurable forma estética a lo que sentimos y agradecemos todos los hombres.
Virgilio, Borges, J. L., y Ochoa, E. de. (1987). La Eneida. Ediciones Orbis S. A.
Vosotras, muchachas, procurad los bellos dones de las Musas de violeta vestido y la dulce lira, amante del canto. La vejez ya ha consumido mi piel, que en un tiempo fue suave, y los oscuros cabellos se han tornado blancos. Mi corazón se ha vuelto una carga, no me soportan las rodillas, que antes fueron igual de ágiles para la danza que las de los cervatillos. Constantemente lamento esto, pero ¿qué podría hacer? No es posible que exista un ser humano eternamente joven. Pues cuentan que Titono fue llevado por la Aurora de dedos rosados, a causa del amor, hacia los extremos de la tierra, siendo bello y joven, y aun así lo alcanzó la canosa vejez con el tiempo, aunque tuviera una esposa inmortal.
El fragmento 58 de Safo, también denominado «Poema de Titono» o «Poema de la vejez», consta de cuatro fragmentos de papiro y fue reconstruido por West en 2005. Cf. West, M. L. (2005): “The New Sappho.” Zeitschrift Für Papyrologie Und Epigraphik 151: 1–9. Cf. Obbink, D (2010): “Sappho Fragment 58-59: Text, Apparatus Criticus, and Translation.” En The New Sappho on Old Age: Textual and Philosophical Issues.Harvard University Press.
Imitación de Virgilio en lo que dijo a Eneas queriendo dejarla
Si un Eneíllas viera, si un pimpollo, sólo en el rostro tuyo, en obras mío, no sintiera tu ausencia ni desvío cuando fueras, no a Italia, sino al rollo.
Aquí llegaste de uno en otro escollo, bribón Troyano, muerto de hambre y frío, y tan preciado de llamarte pío, que al principio pensabas que eras pollo.
Mira que por Italia huele a fuego dejar una mujer quien es marido: no seas padrastro a Dido, padre Eneas.
Del fuego sacas a tu padre, y luego me dejas en le fuego que has traído y me niegas el agua que deseas.
Y si no te es posible hacer la vida que deseas intenta al menos esto en la medida que puedas: no la envilezcas en el contacto asiduo con la gente, en asiduos ajetreos y chácharas. No la envilezcas arrastrándola, dando vueltas constantes y exponiéndola a la idiotez diaria del trato y relaciones, hasta que se convierta en una extraña cargante.
Ten miedo a las grandezas, alma mía. Y si tus ambiciones no las puedes vencer, persíguelas con precauciones, vacilante. Y cuanto más avances, sé más escrutadora y vigilante.
Y cuando, al fin, alcances tu apogeo, César, y adquieras la figura del hombre egregio, vigila sobre todo entonces, al salir a la calle, dominador insigne en tu cortejo, si por azar de entre la multitud se te acerca un Artemidoro, que trae una carta, y dice apresuradamente «Lee ahora mismo esto, son asuntos muy graves que te atañen», no dejes de pararte, no dejes de aplazar ocupaciones y entrevistas, ni de apartar a esos que al saludarte se prosternan (los ves más tarde); que incluso espere al mismísimo Senado. Y, al punto, entérate del importante escrito de Artemidoro.